“Una cosa era cierta, sin embargo. La idea que Guerra quería dar de sí mismo en las innumerables entrevistas, a veces largas, prolijas, que concedía regularmente a los medios de comunicación, siempre me ha parecido insoportable. Llena de suficiencia, de megalomanía, de intelectualismo kitsch, de donjuanismo andaluz de la más vulgar especie (¡aquellas páginas consagradas a describir sus noches dedicadas a hacer el amor y a escuchar a Mahler!). Era demasiado fácil –tan fácil que yo era propenso a desconfiar; aquella máscara que Guerra había escogido mostrar, aquella persona que hacía el papel de ser, me parecía tan ficticias, tan impersonales, que sin duda escondían una verdad oscura, tal vez patética, tal vez sencillamente insignificante-, era demasiado fácil, pues, deducir y descifrar una fragilidad esencial, una exageración infantil, una falta evidente de madurez psíquica, en todo caso.”
"Hay que decir algo más sin embargo. Mientras se llena el hemiciclo del Congreso, mientras estemos en este anfiteatro teatral, o circense, hay tiempo para algún breve excurso sobre la personalidad compleja, bastante novelesca, de Alfonso Guerra. Porque se puede ser políticamente nefasto y sin embargo novelesco: no están reñidos los dos aspectos del mismo personaje.
La vanidad infantil y desenfrenada de Guerra, la desmesura de su megalomanía, los constantes retoques, neuróticos, que añade a su historia familiar –atribuyéndose, por ejemplo, éxitos escolares y títulos universitarios que nunca obtuvo- sólo se explican por una patética veleidad de borrar o de compensar los efectos de algún antiguo dolor: alguna herida narcisista. En el plano estrictamente político, esto se traduce en el hecho de que Guerra habrá sido un hombre de resentimiento: sin duda es su manera de imaginarse, con escapismo infantil, ser de izquierdas.
Paradójicamente, al menos a primera vista, todos estos defectos privados han contribuido a forjar la estatura pública de Guerra. La transición democrática, en efecto –vuelvo a repetirlo: es un dato histórico fundamental- habrá sido un periodo de amnesia colectiva, espontánea o deliberada, henchida de mala conciencia tanto como de positiva y lúcida voluntad de reconciliación. En este periodo de silencio y de olvido del pasado, Guerra ha escenificado su papel de heredero del antifranquismo. El, que no habrá hecho casi nada en la oposición al franquismo –o que lo habrá hecho en un periodo en que los riesgos eran ya mínimos-, se ha presentado como heredero de los combatientes. De los vencidos, de los oprimidos, de los desheredados: de los descamisados, en suma, para utilizar la palabra que él mismo pidió prestada a la demagogia populista del peronismo.”
Los dos párrafos anteriores están extraídos de “Federico Sánchez se despide de ustedes”, el relato que hizo Jorge Semprún del periodo en que fue ministro de Cultura, años 1989-91. Pocas veces se habrá escrito con tanta sinceridad y de forma tan abierta sobre el funcionamiento de un Gobierno y la relación entre sus ministros.
Ahora que toca votar y solo se habla de los candidatos, yo quería ir a contracorriente mostrando una pequeña parte del retrato de Guerra hecho por Semprún. Quien fuera todo o casi todo en el socialismo (o en el PSOE, que no es necesariamente lo mismo), el diputado más antiguo que quedaba en el Congreso, ya no se presenta. Que sea para bien y que disfrute de un merecido retiro, donde ya no pueda volver a pasar el cepillo a ninguna ley. Que con él se vaya una vieja forma de hacer política para los políticos y que venga el tiempo de los políticos al servicio de los ciudadanos, de todos, y no solo de unos pocos.
Y para desengrasar, un poco de circo del bueno, no del de mentirijillas (el de los políticos).
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