domingo, 17 de junio de 2018

Alicante 1939 - Valencia 2018

Traigo aquí algunas de las cosas que he leído estos días sobre el rescate en el Mediterráneo que ha dado con 630 vidas a salvo en Valencia. Que nadie espere que diga aquí cual es la solución al problema de las migraciones, un problema que como el de la falta de agua y tantos otros no va a hacer más que agravarse en los próximos años. Pero si diré que había que salvarlos, había que traerlos ya que en los puertos más cercanos no los querían. La vida humana por delante, luego podremos discutir lo que sea sobre las leyes y sobre quien hace qué, pero lo primero es que no se pierdan más vidas humanas en el Mediterráneo, que es como decir a la puerta de tu casa. 

Tengo memoria, la de lo poco que he vivido, de lo que he leído, de lo que otros me han contado… En este artículo se hace un perfecto paralelismo entre este viaje y aquél no menos terrible que hizo el Stanbrook desde el puerto de Alicante al final de la guerra española. Dos de sus protagonistas viven actualmente en Elche y contaron en un libro unas terribles vivencias por las que no tendría que pasar nunca más ningún ser humano.

Pero hay otro artículo que me ha impresionado mucho más, es de David Torres y está escrito con una crudeza enorme, que él mismo reconoce a años luz del sufrimiento de quien arriesga su vida porque ya no tiene nada más que perder, “solo” la vida. Transcribe un poema que copio aquí mismo, de Warsan Shire, escritora británica nacida en Kenia, de padres somalíes, emigrada con ellos cuando solo tenía un año. No tengo nada más que decir, el poema lo dice todo.


Sólo abandonas tu hogar
cuando tu hogar no te permite quedarte.
Nadie deja su hogar
a menos que su hogar le persiga,
fuego bajo los pies
sangre hirviendo en el vientre.
Jamás pensaste en hacer algo así
hasta que sentiste el hierro ardiente
amenazar tu cuello.
Pero incluso entonces cargaste con el himno bajo tu aliento,
rompiste tu pasaporte en los lavabos del aeropuerto,
sollozando mientras cada pedazo de papel te hacía ver
que jamás volverías.
Tienes que entender que nadie sube a sus hijos a una patera
a menos que el agua sea más segura que la tierra.
Nadie abrasa las palmas de sus manos bajo los trenes, bajo los vagones,
nadie pasa días y noches enteras en el estómago de un camión,
alimentándose de hojas de periódico, a menos que
los kilómetros recorridos signifiquen algo más que un simple viaje.
Nadie se arrastra bajo las verjas, nadie quiere recibir los golpes, ni dar lástima.
Nadie escoge los campos de refugiados
o el dolor de que revisten tu cuerpo desnudo.
Nadie elige la prisión, pero la prisión es más segura que una ciudad en llamas,
y un carcelero en la noche es preferible
a un camión cargado de hombres con el aspecto de tu padre.
Nadie podría soportarlo, nadie tendría las agallas,
nadie tendría la piel suficientemente dura.
Los “váyanse a casa, negros”, “refugiados”, “sucios inmigrantes”,
“buscadores de asilo”, “quieren robarnos lo que es nuestro”,
“negros pedigüeños”, “huelen raro”, “salvajes”,
“destrozaron su país y ahora quieren destrozar el nuestro”.
¿Cómo puedes soportar las palabras, las miradas sucias?
Quizás puedas, porque estos golpes son más suaves
que el dolor de un miembro arrancado.
Quizás puedas porque estas palabras son más delicadas
que catorce hombres entre tus piernas.
Quizás porque los insultos son más fáciles de tragar que el escombro,
que los huesos, que tu cuerpo de niña despedazada.
Quiero irme a casa, pero mi casa es la boca de un tiburón.
Mi casa es un barril de pólvora,
y nadie dejaría su casa a menos que su casa lo persiguiera hasta la costa,
a menos que tu casa te dijera que aprietes el paso,
que dejes atrás tus ropas, que te arrastres por el desierto,
que navegues por los océanos,
“Naufraga, sálvate, pasa hambre, suplica, olvida el orgullo,
tu vida es más importante”.
Nadie deja su hogar hasta que su hogar se convierte
en una voz sudorosa en tu oído diciendo:
“Vete, corre lejos de mí ahora.
No sé en qué me he convertido, pero sé
que cualquier lugar es más seguro que éste”.



1 comentario:

  1. Exacto, y así debería ser siempre la escala de prioridades. Primero, la vida humana. Si hay personas en peligro, existe la ineluctable obligación de ponerlos a salvo.
    Luego, ya veremos cómo solucionar un problema que va mucho más allá de blindar el Mediterráneo (eso sólo soluciona en todo caso las molestias que tenemos aquí).

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