lunes, 10 de diciembre de 2018

Gilets jaunes



Ando varias semanas con una entrada que me tiene bloqueado, y entretanto la realidad entra rompiendo puertas y ventanas, revolviéndolo todo, y hasta Mendigo me invita para que cuente algo de los “gilets jaunes” que pueda sumar a lo poco que según él se publica en España. Vaya por delante que no es fácil hacerlo desde una posición que yo mismo considero ajena y alejada de la norma, las razones no vienen ahora al caso, pero al fin y al cabo uno vive en Francia y espero poder aportar algo a partir de lo visto, lo leído y lo escuchado.

Pero primero una pequeña definición: una revolución es un movimiento de masas que busca un objetivo concreto. No es el caso a día de hoy, donde todavía no podemos hablar ni siquiera de movimiento social, y en cambio sí tenemos que hablar de revuelta. El origen todo el mundo lo conoce, una subida de impuestos en los combustibles fósiles, la gasolina y el diésel en concreto, a compartir por todo hijo de vecino, ya que aquí es raro encontrar alguien que no depende del coche para algo. El origen, como digo, es tan conocido que hasta el presidente Macron se apresuró a eliminar la subida para intentar así calmar la cólera. Pero el asunto es más gordo; la gasolina pudo ser el detonante, pero una sociedad cabreada desde hace muchos años se ha ido sumando a las movilizaciones de los primeros días y ahora mismo las reivindicaciones van desde la dimisión del Presidente hasta una nueva Constitución, pasando por reclamaciones de asambleas populares… El movimiento de los “gilets jaunes” ha demostrado por ahora dos cosas, una gran capacidad de impacto en la sociedad a partir de una movilización relativamente modesta y, sobre todo, una desestructuración que hace casi imposible entablar un diálogo con ellos. Escuchando los días pasados a algún miembro del Gobierno uno creía escuchar a los dirigentes empresariales de finales del XIX que pedían a gritos la creación de los sindicatos para así tener con quien sentarse a negociar…

No es fácil entender lo que está pasando, porque la cólera no viene de esos 4.5 millones de franceses excluidos que necesitan de la ayuda social para sobrevivir. La movilización está viniendo de quienes, teniendo un empleo, a duras penas consiguen llegar a finales de mes. Hay quien cifra esta capa de población en 5 millones, pero yo creo que nadie lo sabe con certeza. En una demostración más de la inteligencia del poder para modificar el lenguaje, en Francia se ha acuñado hace tiempo el parámetro “pouvoir d’achat”, poder de compra; los ciudadanos son así  desprovistos de sus derechos democráticos y reducidos a meros consumidores. Hoy algunos quieren que se utilice el término “pouvoir de vivre”… Evito la traducción, las explicaciones son innecesarias.

En el plano político se pueden ver diferentes estados. Por un lado hay quienes ven en el Presidente Macron el último dique para retener a la ultraderechista Marine Le Pen, basándose en unas elecciones en las que sólo Macron pudo vencerla en los votos. No seré yo quien defienda esta tesis. Por otro lado hay algunos teóricos que hablan de la legitimidad del poder conseguido en las urnas por un estrecho margen, que es la realidad de todas las elecciones a día de hoy si contamos todo el cuerpo electoral sin excluir las abstenciones; una legitimidad que el poder tiene obligación de refrendar con su acción de gobierno y que, en el caso de Macron, ha sido todo lo opuesto a lo que hubiera sido deseable: poder vertical centrado en su persona, alejamiento de las preocupaciones de la ciudadanía, nula empatía con sus conciudadanos rayana en la soberbia… A día de hoy el capital que Macron creía haber ganado en la escena internacional parece haberlo perdido entre quienes tienen que votarle.

Esta misma noche Macron se ha dirigido a los ciudadanos apelando a la calma, cómo no, y ofreciendo lo que en las próximas horas será catalogado como de cacahuetes o como suficiente para retirarse y abandonar las trincheras. Es probable que con algo más de tiempo veamos que ni  lo uno ni lo otro, el descontento vuelva a aflorar y que esta vez lo haga de forma más organizada y con mayor eficacia reivindicativa, porque si hay algo que ha ocurrido estos días es que la lista ha crecido tan rápidamente que había perdido fuerza y credibilidad en el criterio de quien escribe. 

Acabo con una serie de puntos concretos sobre lo que está pasando o ha pasado que puedan quizá aclarar al lector menos familiarizado con la actualidad francesa:

  • un Gobierno nunca puede suprimir los impuestos “para ricos”, como era el caso del Impuesto Sobre la Fortuna (ISF) a la vez que suma un nuevo impuesto a sufrir por los más desfavorecidos, caso de la “taxe carbonne”.
  • Va con lo anterior: todo, absolutamente todo lo que hace un Gobierno debe ser negociado, corregido, vuelto a negociar, explicado, vuelto a corregir… No se puede pretender aplicar la “taxe carbonne” cuando no se ha dejado nada claro que se va a hacer con ese dinero; si se quiere realmente luchar por una movilidad menos contaminante hay que explicar cuánto dinero se piensa recaudar y como se piensa gastar, euro a euro, que al fin y al cabo el Gobierno es solo el gestor del dinero, pero no su dueño.
  • la Constitución francesa hace tiempo que tiene fugas. El papel del Presidente y el Primer Ministro no están donde debieran, y una nueva República debería ser una salida en un plazo medio. En esa nueva República habría que redefinir también el papel de la Asamblea, que ha quedado en la actualidad reducida a una correa de transmisión del poder presidencial.
  • La economía francesa, según los parámetros parametrables por parte de los parametradores económicos, se está hundiendo y necesita reformas. Entiéndase el mensaje: las reformas que se piden son las mismas que se vienen aplicando a la economía española desde hace décadas con los resultados ya sabidos. Habiendo conocido la reacción de Bruselas a la subida del salario mínimo pretendida por el Gobierno Español, tengo curiosidad por saber lo que dicen ahora que Macron acaba de anunciar una subida de 100 euros del SMIC, el salario mínimo francés, que se situaría así en 1598 euros/mes. De lo que nadie habla en cambio es que la sociedad francesa, que no la economía, necesita cambios y necesita modernizarse; en la hora de los ordenadores y del todo electrónico da todavía grima ver a alguien pagando con un cheque en un supermercado, pero eso es solo un detalle sin importancia. 
  • Disminuir lo que yo llamo la “cultura de la confrontación” y estimular la “cultura de la negociación”. Pero esto da para otra entrada y para contar varios ejemplos que he podido vivir en primera persona en mis años holandeses y franceses. 


Suelo acabar con música, la elección es fácil: hoy, ahora mismo, están pasando en el canal arte el filme Novecento, esa película que un buen amigo definió un día como la mejor película social. Una película y una banda sonora que me acompañarán mientras tenga memoria.






3 comentarios:

  1. Muchas gracias, compañero. Es muy valiosa tu información de primera mano.

    Yo estaba leyendo el resumen de los puntos demandados por los gilets jaunes, y son de un infantilismo que me recuerda al 15M: bajar impuestos pero aumentar el gasto social. Nacionalizaciones, servicios públicos, pero sin que se entrometa el Estado. ¿?¿?¿?

    Seguramente esté equivocado, pero a mí esto me parece el preludio de un movimiento generalizado en Occidente, de una sociedad que está dejando de ser privilegiada porque el centro de gravedad del planeta se está desplazando a Asia.

    En España estamos más acostumbrados a ser unos segundones, pero los franceses tienen una autopercepción muy superior a su lugar en el mundo real, lo que los vuelve especialmente ridículos para el resto de sus vecinos, tanto del Norte como del Sur. Macron es un caso patológico de este sesgo cognitivo conocido como chauvinismo.

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  2. Estoy de acuerdo con todo lo que dices, añadiría simplemente que antes de ningún movimiento en Occidente esto es el preludio de un movimiento en Francia, pero veremos donde desemboca; hay crisis política porque los políticos están cada vez más lejos de los ciudadanos... seguro que te suena.

    El caso de Francia es paradójico y en la prensa te das cuenta que cada vez son más conscientes: muchos ciudadanos de muchos países se cambiarían por ellos pero sin embargo siguen descontentos. Quizá esté en su naturaleza... o en su educación; algún día debería escribir sobre esto y lo que ha cambiado mi percepción de algunas cosas conforme he visto crecer a mi hija y como aprende en el colegio.

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  3. El gran escollo a superar es deshacer la profesionalización de la política: irle devolviendo al pueblo la capacidad de decidir, más allá de escoger quién toma decisiones. Pero claro, a ver qué partido lleva esto en su programa político, como todo organismo, tiene el instinto de autoperpetuación.

    Lo que cuentas recuerdo haberlo estado hablando con un parisino (por cierto, amante de la ópera) que había rehabilitado una casita por el Var. De aquella estaba Hollande, y yo le preguntaba por qué tenía tan poca aceptación porque, bueno, no era un genio pero no había tenido tantos marrones y metidas de pata como por ejemplo en España Raxoi. Y me decía algo parecido, que debía ser el temperamento de los franceses, de quejarse de todo. No es mala actitud, desde luego mucho mejor pasarse de crítico que defender a un corrupto porque es de los tuyos.

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