martes, 8 de septiembre de 2020

Tauromaquia




  El formato breve e inmediato que imponen las redes sociales, con facebook a la cabeza, hacen que a veces uno se enzarce en discusiones inútiles y estériles. A mí me ocurre a menudo y la última vez ha sido a propósito de un espectáculo taurino. Espero vivir lo suficiente para ver algún día el fin de una aberración tan enorme y, sobre todo, una sociedad que reconozca mayoritariamente la barbaridad que supone una corrida. Yo recuerdo todavía cuando llegué a Holanda, hace ya más de 20 años, país donde entonces la televisión se veía por cable, que no por internet, que no es lo mismo, y los canales los decidía un consejo municipal para cada ciudad; en muchas localidades borraban de la lista la TVE internacional por el simple hecho de que retransmitía corridas. Como aterrizaje en tu primera residencia en el extranjero es una buena forma de plantearte cosas que habías visto con total naturalidad hasta ese día, aunque nunca hubieras ido a una corrida como es mi caso. 


  Un buen amigo y amante de las corridas de toros, algo que no es incompatible, me decía hace tiempo que las corridas no hace falta prohibirlas, que de todos modos los jóvenes no van y que es algo que va a morir de viejo y por falta de afición. Ojalá.


  Si hay algún ser vivo en este planeta que debe estar contento desde que empezó el confinamiento ese es el toro bravo. Por eso me ha tocado las narices, por no decir otra parte, tener que descubrir al enésimo incompetente (e hipócrita) consejero municipal que por un lado se dedica a dar subvenciones a las actividades taurinas, mientras va diciendo que él no está de acuerdo con ellas pero que bla, bla, bla… Podría decir muchas cosas y no superaría este texto que recupero de un libro de Juan Goytisolo escrito en 1969 pero que no se publicó en España hasta 1979; país curioso el nuestro, donde los escritores y las mentes más críticas con lo establecido siempre han tenido que marcharse fuera. 



  «En los últimos quince años he visto bastante corridas de toros y he conocido incluso algunos toreros (en el verano de 1959 acompañé a Hemingway de Málaga a Nimes, en la época en que él preparaba su Dangerous Summer) y, si mi experiencia vale algo, puedo afirmar que los matadores con quienes he tratado (excepto Dominguín) no escogieron el oficio más que para escapar a su primitiva miseria, y la pregunta metafísica de la corrida les tenía perfectamente sin cuidado: su inteligencia, sus inquietudes, sus gustos, sus caprichos no diferían en absoluto de los cantores yeyés. Gracias a algunos de ellos pude ver al desnudo la personalidad del self made man español: su avidez sin límites y su desprecio, igualmente sin límites, por la masa de los que no han sabido triunfar. Hemingway fue sensible, sin duda, al ambiente corruptor del mundo taurino (versión hispánica de lo que denunciara Bogart en su famosa película sobre el boxeo), y en una de sus imaginarias conversaciones con la Anciana Señora, escribe: “De todos los asuntos de dinero que conozco, no he visto jamás otros más sucios que los de las corridas de toros. El valor de un hombre depende de la cantidad que recibe para lidiar. Pero, en España, un hombre tiene el sentimiento de que, cuanto menos paga a sus subordinados, más hombre es; y, por lo mismo, cuanto más reduzca a sus subordinados a una situación próxima a la esclavitud, más hombre se sentirá. Esto es particularmente verdad entre los matadores surgidos de las capas más bajas de la población.” Si a este ambiente taurino (egoísta, vacío, sórdidamente interesado) añadimos la responsabilidad de las grandes ganaderías en el mantenimiento del actual sistema de latifundio (existen en Andalucía, Extremadura y Salamanca dehesas inmensas que pudieran dar trabajo a millares de campesinos sin tierras y se destinan, contra toda noción crematística, a la cría de toros bravos), será fácil comprender por qué, en la balanza de pros y contras, de contemplación y de acción, de estética y de moral, los factores enumerados en segundo lugar pesan mucho más que los primeros y que, contrariamente a Hemingway, la corrida resulte, para mí, bastante inmoral.» 


                     España y los Españoles, Juan Goytisolo



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