miércoles, 12 de abril de 2023

La música es un viaje (2)


 Fuera empezaban a caer copos de nieve, el frío no impedía a más de un ruso pasear tranquilamente devorando un helado mientras nosotros buscábamos donde refugiarnos. Estábamos en Leningrado, todavía se llamaba así en la primavera de 1989, y en la Avenida Nevsky nos encontramos con lo que para nosotros era un paraíso: una tienda de música con partituras que podíamos pagar en rublos, a un precio que era un festín comparado con lo que teníamos costumbre de pagar en la tienda que había entonces junto al Teatro Real en Madrid.


  Éramos el Coro de la Universidad Politécnica de Madrid, y estábamos haciendo un viaje poco menos que imposible a Moscú y Leningrado, donde dimos dos conciertos inolvidables, sobre todo el de Moscú. Era todavía marzo o abril de 1989, el muro de Berlín no había caído, viajar a la Unión Soviética era todo menos fácil y lo que uno se encontraba por allí era algo completamente diferente a lo de hoy y a lo que ninguno de nosotros tenía costumbre de ver. Los recuerdos y las anécdotas forman parte habitual de nuestras conversaciones cuando volvemos a reunirnos algunos de quienes disfrutamos de aquello. 


  Pero había dejado el relato en una tienda de música en Leningrado, donde habíamos desembarcado en buen número y estábamos volviendo locos a los dependientes, ya quedábamos solo unos pocos cuando de repente una voz estruendosa y familiar invadió todo: nuestro director acababa de descubrir la partitura de las Vísperas de Rajmaninof, obra que a nosotros no nos decía nada. Más tarde me contaría que él sabía que existía la obra, pero del tiempo que había vivido en la Unión Soviética, hasta finales de los años 1970, nunca se había publicado, probablemente por ser música religiosa, y no había podido nunca trabajarla. Como niño con zapatos nuevos salió contento con su regalo, nosotros seguimos a lo nuestro buscando más partituras y sin saber que ninguna de ellas sería tan manoseada ni ocuparía tanto espacio en nuestras vidas como la que nos esperaba a nuestra vuelta en Madrid: las Vísperas de Rajmaninof.


  Poco tiempo después de la vuelta a Madrid nuestro director, José De Felipe, nos dijo que íbamos a montar las Vísperas. Obra de dimensiones colosales para cualquier coro, José tuvo que sacar todo su armamento y su sabiduría para convencernos. Pasaba el tiempo, avanzábamos lentamente en el montaje de las Vísperas, que íbamos compaginando con otros compromisos, y lentamente cada ensayo se iba convirtiendo en un aprendizaje emocional sobre Rusia, su cultura, su poesía…el alma rusa. José, que había nacido en Moscú, se educó musicalmente allí y no vino a España hasta bien entrada su treintena, siempre tenía a mano algo que contarnos sobre la vida en Rusia para que ese recuerdo nos acompañara durante la interpretación. Inolvidable cuando nos insistía en el dolor para cantar Aleluya, el tercer número de las Vísperas. Y el fraseo, que él nunca llamaba así, la madre del cordero para interpretar la música rusa, cualquier música, pero sobre todo la música rusa. A José le gustaba gritar y corregir cuando cantábamos en los ensayos, y cuando la frase no estaba siempre se le oía “cantaaaaaaad!!!!” con su vozarrón de bajo sonando por encima de todas nuestras voces.


  El trabajo psicológico que hizo con nosotros fue monumental, el sonido que teníamos distaba mucho de tener la riqueza en las voces graves que piden tanto la partitura como el color que pide la música coral rusa. Recuerdo a la salida en uno de nuestros conciertos cuando alguien conocido en el público me dijo que no sabía que teníamos voces tan graves… “¡yo tampoco!” le contesté. Es habitual que coros profesionales que cantan la obra cuentan con un “octavista”, un bajo como cada vez son más raros de encontrar y que da un color especial a la interpretación. Nosotros lo hicimos a pelo y José consiguió que nos lo creyéramos.


  Los acontecimientos políticos se agolparon en las portadas de la prensa y también entraron en nuestros ensayos: cayó el muro de Berlín, Gorbachov dejó de ser un ogro para Occidente, el golpe de 1991, la desintegración de la Unión Soviética… Todavía recuerdo cuando me comentó que la separación de Rusia y Ucrania era un error histórico y que traería muchos problemas…


  José siempre nos insistía que teníamos que acercarnos a esta música con dolor. A veces nos hablaba de alguna carta que había llegado de familiares que les hablaban de las dificultades para la vida cotidiana, pero con la esperanza de la primavera que ya se anunciaba… Así quería que entendiéramos las Vísperas, que no llegamos a montar entera, cosa que José no pretendía, pero allí donde las cantamos no dejamos indiferente al público, y la huella que quedó en nosotros es imborrable: una música donde pasábamos del fortísimo al pianísimo, del agudo más imposible al grave profundo de un abismo.


  Ha llovido mucho desde entonces, tanto como para ser consciente de la suerte tan inmensa que tuve un mes de octubre de 1983 en cruzarme con José de Felipe y que me dejara cantar con él en la Politécnica. Cambió por completo mi forma de escuchar y de interpretar la música, que es como decir que cambió por completo mi vida. Me dijeron que José volvió a Moscú, donde sigue arrastrando su mala salud de hierro, y será raro que pase por aquí a leer esto, pero yo lo digo por si acaso: gracias Maestro, tantos años después y sigo recordándote con cada música que canto o escucho, te debo tanto que necesitaría mil y una vidas para poder agradecértelo como mereces.




 


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