sábado, 8 de septiembre de 2018

Donna Leon




Cuando se despertó, sudoroso y con la boca seca, en el calor asfixiane de la habitación, notó que Paola estaba a su lado. Como sabía que ella nunca dormía la siesta, antes ya de abrir los ojos, supuso que estaría leyendo. Volvió la cabeza y vio que había acertado. Al reconocer el libro, preguntó:
—¿Sigues con el catecismo?
—Sí —dijo ella sin levantar la mirada de la página—. Leo un capítulo cada día, pero ya no se llama catecismo.
En lugar de interesarse por el nuevo título, Brunetti preguntó:
—¿Y por dónde vas?
—Por los sacramentos.
Le vinieron a la memoria los nombres aprendidos de rutina en la infancia:
—Bautismo, eucaristía, confirmación, matrimonio, orden, penitencia… -su voz se apagó-. Son siete, ¿no?
—Sí.
—¿Cuál es el séptimo? Se me ha olvidado. - Como le ocurría siempre que era incapaz de recordar algo bien sabido, tuvo un momento de pánico al pensar que podía tratarse de uno de los primeros síntomas de aquello que nadie había querido advertir en su madre.
—La extremaunción -dijo Paola con una mirada de soslayo-. Quizá el más sutil de todos.
Brunetti, sin comprender a qué se refería, preguntó: 
—¿Por qué “sutil”?
—Piensa, Guido. En el momento en que una persona va a morir, cuando ya sabe que no hay esperanza, llega el sacerdote.
—Sí, así es. Pero sigo sin ver qué tiene eso de sutil.
—Piénsalo bien. Antiguamente, los sacerdotes eran los únicos que sabían leer y escribir.
Como tenía calor y sed y se había despertado de mal humor, cosa que le ocurría siempre que dormía después de comer, Brunetti djo:
—¿No exageras?
—Sí, de acuerdo. Exagero. Pero los sacerdotes sabían y la mayoría de la gente, no. Por lo menos, hasta el siglo pasado.
—No veo adónde quieres ir a parar.
—Piensa escatológicamente, Guido —exhortó ella, con lo que acabó de desconcertarlo.
—Trato de pensar escatológicamente todos los momentos del día —dijo él, que había olvidado el significado de la palabra y ya lamentaba haber hecho aquella objeción.
—Muerte, juicio, infierno y gloria —dijo ella—. Las postrimerías del hombre. Y, en el momento en que la persona se enfrenta a la primera y sabe que no puede escapar a la segunda, se pone a pensar en las otras dos. Y entonces entra el cura, dispuesto a hablar del fuego del infierno y de la bienaventuranza de la gloria, aunque a mí siempre me ha parecido que a la gente le preocupa más evitar el primero que gozar de esta última.
Él callaba, empezando a sospechar la conclusión.
—De manera que ahí tenemos al cura de la parroquia, que por cierto muchas veces se daba el caso de que también era el notario, y  se ponía a hablar del fuego del infierno que consumía a una persona en carne y hueso, un tormento indescriptible que se prolongaría por toda la eternidad.
Él pensaba que su mujer podría haber sido actriz, por la fuerza de la convicción que su voz imprimía en cada una de sus palabras.
—Pero el buen cristiano tiene al alcance de la mano el medio para obtener el perdón y librarse de las llamas del infierno. —Aquí pasó a hablar en primera persona con su voz más almibarada—. Sí, hijo mío, no tienes más que abrir el corazón al amor de Jesús y la bolsa a las necesidades de los pobres. Tú pon tu nombre o, si no sabes escribir, tu marca, en este papel y, a cambio de tu generosidad para con la Santa Madre Iglesia, las puertas del cielo se abrirán para recibirte. 
Dejó caer el libro abierto sobre el pecho y se volvió hacia su marido.
—Y entonces se firmaba el testamento definitivo, por el que se dejaba esto, lo otro, o todo, a la Iglesia. —Su voz se hizo áspera—. ¿Cómo no iban a tratar de acercarse a la gente cuando estaba en las últimas o había perdido el raciocinio? ¿Qué mejor momento, para desplumarlos?
De nuevo, tomó el libro, volvió la página y terminó en tono perfectamente sereno:
—Por eso es el sacramento más sutil.
—¿Tú le dices estas cosas a Chiara? —preguntó un Brunetti consternado.
Ella se volvió otra vez.
—De ninguna manera. Cuando sea mayor, ya las comprenderá por sí misma. O no. Te agradeceré que no olvides que me comprometí a no interferir en la educación religiosa de nuestros hijos.
—¿Y si ella no comprende estas cosas? —preguntó Brunetti haciendo hincapié en las tres últimas palabras, y esperando que Paola respondiera que, en tal caso, su hija la habría defraudado.
—Entonces es probable que viva mucho más tranquila —dijo Paola, volviendo al catecismo.


El (largo) párrafo anterior, como habrá adivinado el lector avisado, está extraído de una de las novelas de Donna Leon con el comisario Brunetti como protagonista, aquí en diálogo con su esposa Paola, lectora interminable y profesora de Literatura (las dos cosas no van siempre unidas), acerca de un libro de religión que está estudiando en el colegio su hija Chiara. Para los más curiosos la novela en concreto es Pruebas falsas, y entre otras cosas trata de un alto cargo de la Administración que había falsificado su título universitario (será Casado lector de Donna Leon? Le habrá aprovechado para otra cosa que para delinquir?).




No recuerdo cómo llegué por primera vez a una de las novelas de Donna Leon y Brunetti, creo que fue a través de algún comentario de Maruja Torres (Maruja: cuánto te echo de menos!). El caso es que hace ya una buena friolera de años que me acompañan sus novelas, su lectura me intriga, me atrapa y termina por devolverme al mundo de los mortales, lejos de los aviones y hoteles donde suelo leerlas durante mis viajes de trabajo. Si me gustan no es por la sustancia de la intriga policial, sino por lo que tienen siempre de denuncia de la injusticia, de la corrupción o de cualquier anomalía de esta sociedad occidental tan perfecta y feliz en la que algunos quieren convencernos que vivimos. El mundo familiar tan perfecto del comisario Brunetti tiene un contrapunto perfecto en el crimen investigado, a la belleza hipnotizante de Venecia se le oponen las cloacas de una sociedad que, en la pluma de Donna Leon, esconde mucha más porquería que el agua de los vénetos canales.

Como es costumbre, acabo con un vídeo musical, fácil en este caso. Se trata de un extracto de un documental de la cadena alemana ZDF en el que aparece brevemente la propia Donna Leon, no en vano el documental está dedicado a ella.


 


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