La casualidad ha querido que en el plazo de unas pocas semanas haya podido volver a ver una película y leer una novela de las que, de no haber existido esa casualidad temporal, no estaría hablando de ellas en una misma entrada. Las tres bodas de Manolita es la tercera entrega de esos Episodios Nacionales en los que Almudena Grandes lleva embarcada desde hace varios años. La historia es la de la resistencia clandestina en los primeros años de la posguerra, que Grandes refleja con toda la crudeza del frío, el hambre, las torturas, las prisiones…
De cuantos personajes e historias que parecen en "Las tres bodas… " hay uno que me ha impresionado probablemente por contar algo desconocido para mí: el relato de los colegios donde se internaban a los hijos de presos republicanos para esclavizarlos, tal y como ocurre con Isabel, personaje real, internada en un colegio de monjas de Bilbao con 14 años donde destrozó sus manos de tanto lavar ropa con sosa cáustica. La propia Grandes cuenta en un epílogo al final del libro que conoció a Isabel Perales en 2004 en Rivas, que le contó su historia que luego incluyó en la novela. Terrible testimonio del que poco se sabe, tan poco que Almudena Grandes al final habla con cautela diciendo que al menos en ese colegio sucedió así. Es posible que estemos ante otro capítulo más de nuestra desconocida historia reciente.
La película a la que me he referido al principio es Philomena, de Stephen Frears; una mujer y un periodista se ponen a buscar el rastro del hijo de la mujer, nacido cuando ella era joven y soltera, acogida en un convento de monjas en Irlanda, donde trabajó poco menos que como esclava, también lavando ropa, hasta que su hijo, ya con tres o cuatro años, fue dado (vendido) en adopción (ilegal) a una pareja de norteamericanos.
Hay más cosas comunes en los dos relatos, la más terrible probablemente sea esa impunidad con la que los crímenes pasan sin dejar huellas aparentes en los criminales. En Las tres bodas… es el personaje del Orejas, el temible Ricardo Conesa, torturador tan real como condecorado en 1977, por Rodolfo Martín Villa, entonces ministro del Interior en un gobierno de Suárez, durante esa Transición algo menos ejemplar de lo que algunos la pintan. En Philomena son las monjitas del convento irlandés que siguen viviendo apaciblemente como si no hubieran roto un plato en su vida, pero con las jóvenes protegiéndolas (la directora no vivió el episodio de la adopción) y no dejando que se conozca la historia real, hasta el punto de haber ocultado al hijo, que visitó el convento, moribundo ya de SIDA, que su madre biológica lo estaba buscando. La crueldad es eterna, impune, y para ello hacen falta siempre los guardianes.
Y una anécdota para terminar sobre el trailer mal traducido: la actriz, magnífica Judy Dench, no se pregunta si su hijo podría ser un “bestia”, sino un “obeso”. No es exactamente lo mismo.
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