La próxima semana, coincidiendo como siempre alrededor del festivo 1 de noviembre, se celebrará en Tolosa un festival coral que pasa por ser uno de los más reputados en Europa. Con la fórmula de concurso empezaron hace justo ahora 50 años y para resaltar tal efeméride, como no podía ser menos, se dan (nos dan) un homenaje invitando a los mejores coros de los últimos años; es decir, durante unos días Tolosa va a ser poco menos que el centro del mundo coral, con coros venidos de Suecia, Estados Unidos, Filipinas, Alemania, Indonesia, Letonia, Noruega… Habrá dos coros vascos de enorme calidad, y también un coro asturiano, formando con ello lo que yo llamo el trío de los milagros, porque es imposible hacer tanto como hacen con tan pocos medios como se dedican en España a la cultura, menos a la música y mucho menos a algo tan reducido aparentemente como es el mundo coral.
Asiduo visitante como soy desde que acudí la primera vez, hace tres años me propuse a los organizadores del certamen para acompañar algún coro, tarea que puede ser ingrata si no te gusta la música, pero que en mi caso se convirtió en una de mis mejores experiencias humanas y musicales. La suerte, o los organizadores, quiso que me tocara acompañar al coro francés Mikrokosmos, dirigido por Loïc Pierre, a quienes yo había visto concursar en alguna ocasión anterior. En 2015, el año del que estoy hablando, Mikrokosmos estaba comenzando una nueva aventura en su viaje coral y venían a mostrarla. En lo que al concurso se refiere, arrasaron, se llevaron todos los premios posibles, y este año vuelven al concurso de Tolosa… y con el mismo acompañante.
La aventura ha continuado desde entonces, y Loïc Pierre sigue imaginando su particular tríptico coral, un sueño que ocurrirá durante toda una noche en un teatro. Ya tiene las dos primeras partes, y en mayo pasado tuvimos ocasión de comprobar en qué estado se encuentra su sueño: una reunión entre público y coro con la primera parte, Jumala, un intermedio en el que cada uno pudo charlar con los amigos mientras comía y bebía, mezclado con los coristas, con otros intérpretes que experimentaban improvisaciones musicales, para acabar con la segunda parte, La nuit devoilé. Fueron cuatro horas vividas con una emoción e intensidad más propias de otros mundos y, que yo sepa, ajenas hasta hoy al mundo coral.
Hace justo un año Mikrokosmos recibió una de esas ofertas irrechazables para un artista: grabar un concierto en el Mont St Michel. Es el vídeo que os dejo aquí. Voy a hacer la misma recomendación de otras veces: dejadlo todo, cread las mejores condiciones que podáis y dejaos llevar por esta hora de música inigualable, imaginaos dentro de la iglesia, el coro desplazándose y el sonido moviéndose con el coro, con todo este contraste de melodías nórdicas, polifonía francesa, canciones populares de Estonia, los juegos de Meredith Monk… Allá donde han ido con este espectáculo, y ya son más de 100 representaciones, han levantado al público de sus asientos. Yo fui testigo de su presentación en 2015 en una iglesia cerca de Santander y el público, literalmente, acabó con lágrimas en los ojos.
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