domingo, 28 de junio de 2020

Charlotte



A Teo, que me está enseñando a mirar


  Cómo trazar la vida de una artista que morirá embarazada a los 26 años, que vivirá una infancia marcada por la tragedia familiar, que será excluida más tarde por las leyes raciales del nazismo, que escapará a Francia en 1938 donde pintará lo más importante de su obra, y que terminará sus días en 1942 en Auschwitz. Cómo describir la complejidad de la vida de Charlotte Salomon, sin que la depresión del ambiente familiar y el ascenso del nazismo no acaben por abrumar al lector. Este parece ser el dilema al que se enfrentaba David Foenkinos al escribir Charlotte, una novela que le llevó a investigar durante diez largos años, a recorrer los lugares donde vivió Charlotte Salomon y a recuperar cada detalle de su desconocida vida.

  Foenkinos lo ha contado en alguna entrevista: tras pasar años dando vueltas a la forma que debería adoptar para contar la historia de Charlotte, resolvió que él mismo y su proceso de investigación debían aparecer, y decidió adoptar un estilo de frases cortas de una línea terminadas en un abrupto punto y aparte, que no son poesía pero introducen una respiración en el texto. Así la novela, la historia vital de Charlotte, puede ser leída como una serie de apuntes con los que el escritor acumula información para un futuro relato; frases cortas y contundentes que van dejando un poso terrible en el lector, que irán provocando una obsesión parecida a la que ha debido vivir Foenkinos durante esos diez años de elaboración.


  En Charlotte irán sucediéndose los hechos terribles de su biografía: el suicidio de su propia madre, que le será ocultado y que descubrirá con más de 20 años; la exclusión nazi por su origen judío y sus dificultades para estudiar Bellas Artes; la evidencia del peligro cuando su padre, médico de prestigio y antiguo combatiente de la Primera Guerra Mundial, será recluido en un campo de trabajo del que volverá meses después demacrado y enfermo; la huida en 1938 al sur de Francia, cerca de Niza, sola, con apenas un cuaderno y tres colores, donde llevará una vida llena de carencias solo sostenida por la ayuda de dos almas generosas. Como telón de fondo un ambiente familiar culto, donde la segunda esposa de su padre le dará la oportunidad de acceder a todo un mundo cultural que saltaría en pedazos con el ascenso del nazismo. Refugiada en Niza, enferma y sola, la figura de Moridis, su médico, será crucial: será Moridis quien comprenderá de un lado el talento de Charlotte, de otro una posible enfermedad psicológica y la necesidad de expresarse por algún medio para poder huir del suicidio que ha arrastrado a todas las mujeres de su línea materna: pinte, vendrá a decirle. En dos años Charlotte va a construir toda su obra, que recogerá en una maleta y, cuando se sepa en peligro por la ocupación alemana, llevará a casa de Moridis. «C’est toute ma vie», es toda mi vida, será la frase que Charlotte pronunciará cuando entregue la maleta que Moridis ocultará y gracias a la que hemos podido recuperar la obra de Charlotte Salomon. El autor Foenkinos ha podido reconstruir esta parte gracias al gesto de Moridis y al testimonio de su hija que, todavía en la casa paterna, mostró a Foenkinos dónde estuvo oculto el tesoro vital de Charlotte Salomon.


  Afortunadamente para nosotros esta maleta no se perdió como ocurrió con la de los manuscritos de Walter Benjamin en el juzgado de Figueres, perdida para siempre. Hoy podemos disfrutar su contenido en un libro con el título que dejó la propia autora: Vida? O Teatro? 

  Doblemente premiada en Francia, con los premios Renaudot y el «Goncourt des lycéens», la obra es hoy trabajada en los institutos en Francia. Novela de lectura y comprensión fácil, yo he necesitado preparar mi estómago para leerla, tal es el impacto que puede causar. Ahora me queda una admiración por Charlotte Salomon y la curiosidad por el libro que recoge la obra de la propia Charlotte, dibujos y un texto recreando su propia vida de telón de fondo, lleno de referencias culturales y musicales.

  Sólo hay una música que encuentro para ilustrar esta entrada. Es el Cuarteto para el fin del Tiempo, de Olivier Messiaen, obra escrita y estrenada en un campo de concentración cerca de Dresde; el propio Messiaen ha contado en alguna ocasión que uno de sus problemas para acercarse a la música es que donde otros solo perciben un acorde él veía colores. No es difícil escuchar esta música y sentir los colores de un tiempo negro que nunca debería volver bajo ninguna forma.


 


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