Publicada por primera vez en 1987 una lectura casi cuarenta años después de la novela Netchaiev ha vuelto permite saborearla con un gusto que solo el tiempo puede aportar. Cuando Jorge Semprún escribe Netchaiev ya es un escritor consagrado y reconocido en Francia, su país de residencia y del que tomó su lengua, que es en la que publicó, salvo contadas excepciones, desde que comenzara a hacerlo en 1963 con El largo viaje.
Reconocemos en Netchaiev algunos de los recursos literarios que Semprún ya había utilizado en anteriores novelas y que él convierte en su carta de presentación. La acción no nos va a ser contada de una forma lineal, sino que los saltos adelante y atrás obligarán al lector a un ejercicio permanente y conseguirán arrastrarlo al interior de la acción hasta casi convertirlo en un personaje más de la novela. Si ya desde el principio conocemos que el final del protagonista está cerca y será trágico, las vueltas al pasado para explicar la acción del presente nos traen una narrativa con recursos cinematográficos, una forma que Semprún ya había explorado y a la que sacará partido en el futuro cuando sus relatos tomarán el campo de Buchenwald como el decorado dramático donde se desarrollan sus novelas. Los protagonistas de Netchaiev ha vuelto son estudiantes que habían participado del mayo del 68, y la novela nos va a contar sus andanzas desde entonces y hasta la actualidad, otoño de 1986; son los dos periodos entre los que irá saltando la acción, pero además será preciso a veces volver incluso más atrás, acaso brevemente, a la ocupación de Francia, la deportación y la experiencia de los padres que prefigurará de alguna manera parte de lo que serán los hijos. Las dudas de estos a partir de las esperanzas no cumplidas con las huelgas de mayo de 1968 hará que se inclinen por una lucha terrorista dentro de un grupo marxista-leninista. Es ahí donde el escritor toma todos los riesgos posibles, y tal cual si nos estuviera enseñando una matriouska rusa, en la que solo vemos la primera de las muñecas, esto es la acción propia de una novela policiaca que nos invita a seguir leyendo para descubrir la siguiente vuelta de nuestros protagonistas, aparece ante nosotros, repartido entre la acción de los protagonistas y los saltos en el tiempo, una discusión sobre la calle sin salida de la acción terrorista de los diferentes grupos que operaban o habían operado en Europa bajo un envoltorio marxista-leninista.
Como ya he dicho antes el presente en la novela es diciembre de 1986, los días que van del 10 al 17, y el autor toma todo de la actualidad del momento. Delante de nosotros va a desfilar el accidente de Chernobyl de unos meses antes, pero también el asesinato de Yoyes, que uno de los protagonistas utilizará para desnudar el supuesto soporte teórico de ETA. Nuestros protagonistas son unos jóvenes estudiantes en 1968 y unos jóvenes absorbidos por la sociedad en 1986, pero por ellos y por sus historias personales habrá pasado una parte importante de la Historia del siglo XX, desde la guerra española hasta la deportación, siempre Buchenwald en el horizonte, los vaivenes de la política francesa, la guerra fría. Semprún pone en boca del narrador y de algunos protagonistas lo que ha sido de alguna manera su recorrido personal, y lo que para él es el sinsentido de la izquierda revolucionaria, que solo puede terminar en una dictadura.
Y como si el presente de la novela, diciembre de 1986, fuera nuestro presente de hoy, primavera de 2025, uno de los protagonistas, judío, harto de ser judío y de tener que llevar la mochila de la culpa, responderá a la pregunta de si sigue preocupado por la historia:
“Ya no pienso más en la historia universal, dijo. Pero me doy cuenta que hemos caído en el barro de los particularismos… Cada uno en su casa, centrado en sí mismo, sentado sobre el wáter de su identidad intransferible, de sus creencias infalibles, metido hasta el cuello en la mierda de la historia de su grupo, de su pueblo o de su imperio… Los únicos que tienen hoy en día una visión del mundo son de un lado los capitanes de las multinacionales, y del otro los jefes del KGB. La economía-mundo y la policía-mundo… Maravilloso futuro!” (*)
Pero, como no podía ser menos tratándose de Semprún, una nueva matriouska aparece oculta y se nos descubre a lo largo de la novela en diferentes momentos. Con ella visitaremos el Prado, donde además aparecerá, en un guiño a Hitchcock, el propio Semprún en la sala donde cuelga Las meninas. En una de las escenas cumbre dos de los protagonistas irán al teatro, Jeanne Maureau interpretando una obra de Hermann Broch, acaso el propio Semprún utiliza lo que él mismo había ido a ver al teatro Bouffes du Nord, puesto que la obra formó parte del festival de otoño parisino de 1986. Toda la novela Netchaiev ha vuelto estará girando alrededor de La Conspiration, de Paul Nizan, de 1938, donde también un grupo de jóvenes estudiantes querrán pasarse a la lucha armada… Como siempre en Semprún el lector irá cargando la mochila para futuras lecturas o para visitas a algún museo, y la lista que sale de Netchaief es interminable.
Si es cierto que un clásico es aquella obra que nos muestra siempre algo nuevo cada vez que volvemos a ella, habremos de convenir que la lectura de las novelas de Semprún no andan lejos de este calificativo. El sugestivo mundo de la literatura de Jorge Semprún nos atrapa y no nos deja hasta que somos capaces de hacer siquiera un pequeño intento como este de ordenar todo lo que nos ha provocado.
(*) A falta de una edición con la traducción española, me he permitido hacer yo mismo la traducción de este párrafo.