jueves, 27 de marzo de 2025

Netchaiev ha vuelto



  Publicada por primera vez en 1987 una lectura casi cuarenta años después de la novela Netchaiev ha vuelto permite saborearla con un gusto que solo el tiempo puede aportar. Cuando Jorge Semprún escribe Netchaiev ya es un escritor consagrado y reconocido en Francia, su país de residencia y del que tomó su lengua, que es en la que publicó, salvo contadas excepciones, desde que comenzara a hacerlo en 1963 con El largo viaje.


Reconocemos en Netchaiev algunos de los recursos literarios que Semprún ya había utilizado en anteriores novelas y que él convierte en su carta de presentación. La acción no nos va a ser contada de una forma lineal, sino que los saltos adelante y atrás obligarán al lector a un ejercicio permanente y conseguirán arrastrarlo al interior de la acción hasta casi convertirlo en un personaje más de la novela. Si ya desde el principio conocemos que el final del protagonista está cerca y será trágico, las vueltas al pasado para explicar la acción del presente nos traen una narrativa con recursos cinematográficos, una forma que Semprún ya había explorado y a la que sacará partido en el futuro cuando sus relatos tomarán el campo de Buchenwald como el decorado dramático donde se desarrollan sus novelas. Los protagonistas de Netchaiev ha vuelto son estudiantes que habían participado del mayo del 68, y la novela nos va a contar sus andanzas desde entonces y hasta la actualidad, otoño de 1986; son los dos periodos entre los que irá saltando la acción, pero además será preciso a veces volver incluso más atrás, acaso brevemente, a la ocupación de Francia, la deportación y la experiencia de los padres que prefigurará de alguna manera parte de lo que serán los hijos. Las dudas de estos a partir de las esperanzas no cumplidas con las huelgas de mayo de 1968 hará que se inclinen por una lucha terrorista dentro de un grupo marxista-leninista. Es ahí donde el escritor toma todos los riesgos posibles, y tal cual si nos estuviera enseñando una matriouska rusa, en la que solo vemos la primera de las muñecas, esto es la acción propia de una novela policiaca que nos invita a seguir leyendo para descubrir la siguiente vuelta de nuestros protagonistas, aparece ante nosotros, repartido entre la acción de los protagonistas y los saltos en el tiempo, una discusión sobre la calle sin salida de la acción terrorista de los diferentes grupos que operaban o habían operado en Europa bajo un envoltorio marxista-leninista.


Como ya he dicho antes el presente en la novela es diciembre de 1986, los días que van del 10 al 17, y el autor toma todo de la actualidad del momento. Delante de nosotros va a desfilar el accidente de Chernobyl de unos meses antes, pero también el asesinato de Yoyes, que uno de los protagonistas utilizará para desnudar el supuesto soporte teórico de ETA. Nuestros protagonistas son unos jóvenes estudiantes en 1968 y unos jóvenes absorbidos por la sociedad en 1986, pero por ellos y por sus historias personales habrá pasado una parte importante de la Historia del siglo XX, desde la guerra española hasta la deportación, siempre Buchenwald en el horizonte, los vaivenes de la política francesa, la guerra fría. Semprún pone en boca del narrador y de algunos protagonistas lo que ha sido de alguna manera su recorrido personal, y lo que para él es el sinsentido de la izquierda revolucionaria, que solo puede terminar en una dictadura.


Y como si el presente de la novela, diciembre de 1986, fuera nuestro presente de hoy, primavera de 2025, uno de los protagonistas, judío, harto de ser judío y de tener que llevar la mochila de la culpa, responderá a la pregunta de si sigue preocupado por la historia:


“Ya no pienso más en la historia universal, dijo. Pero me doy cuenta que hemos caído en el barro de los particularismos… Cada uno en su casa, centrado en sí mismo, sentado sobre el wáter de su identidad intransferible, de sus creencias infalibles, metido hasta el cuello en la mierda de la historia de su grupo, de su pueblo o de su imperio… Los únicos que tienen hoy en día una visión del mundo son de un lado los capitanes de las multinacionales, y del otro los jefes del KGB. La economía-mundo y la policía-mundo… Maravilloso futuro!” (*)


Pero, como no podía ser menos tratándose de Semprún, una nueva matriouska aparece oculta y se nos descubre a lo largo de la novela en diferentes momentos. Con ella visitaremos el Prado, donde además aparecerá, en un guiño a Hitchcock, el propio Semprún en la sala donde cuelga Las meninas. En una de las escenas cumbre dos de los protagonistas irán al teatro, Jeanne Maureau interpretando una obra de Hermann Broch, acaso el propio Semprún utiliza lo que él mismo había ido a ver al teatro Bouffes du Nord, puesto que la obra formó parte del festival de otoño parisino de 1986. Toda la novela Netchaiev ha vuelto estará girando alrededor de La Conspiration, de Paul Nizan, de 1938, donde también un grupo de jóvenes estudiantes querrán pasarse a la lucha armada… Como siempre en Semprún el lector irá cargando la mochila para futuras lecturas o para visitas a algún museo, y la lista que sale de Netchaief es interminable.


Si es cierto que un clásico es aquella obra que nos muestra siempre algo nuevo cada vez que volvemos a ella, habremos de convenir que la lectura de las novelas de Semprún no andan lejos de este calificativo. El sugestivo mundo de la literatura de Jorge Semprún nos atrapa y no nos deja hasta que somos capaces de hacer siquiera un pequeño intento como este de ordenar todo lo que nos ha provocado.


(*) A falta de una edición con la traducción española, me he permitido hacer yo mismo la traducción de este párrafo. 



miércoles, 12 de marzo de 2025

Mujeres directoras



  Había electricidad en el ambiente y no era para menos, la expectación era la de las grandes tardes y de que aquello podía ser una buena “faena”, si es que en el mundo de la música se puede utilizar el término taurino. En el mayor y más prestigioso de los festivales británicos, los Proms de Londres, que tienen lugar cada verano en el Royal Albert Hall, se presentaba en agosto de 2016 la lituana Mirga Grazinyte-Tyla en su primer concierto como flamante nueva directora titular de la City of Birmingham Symphony, una de las mejores orquestas europeas. Con solo 29 años Mirga Grazinyte-Tyla tomaba las riendas de la orquesta que había sido dirigida anteriormente por Simon Rattle y Andris Nelsons, también elegidos muy jóvenes y que crecieron con esta orquesta hasta convertirse en los dos monstruos de la dirección que son hoy en día, más todavía el primero, que solo dejó la orquesta de Birmingham para subir al podio orquestal más cotizado del planeta, el de la Orquesta Filarmónica de Berlín.


  Si tal y como escribió Elias Canetti «no existe expresión de poder más obvia que la de un director de orquesta» (Crowds and Power, 1963), tendremos que añadir que como tal expresión de poder siempre hubo mucha resistencia a dejar las riendas de una orquesta en manos femeninas. Hablamos de un mundo en el que, si damos por buenas las cifras publicadas por el crítico Christian Merlin en 2021, sobre un análisis de 780 orquestas profesionales en el mundo solamente podían contarse 45 mujeres directoras en un puesto permanente, un ridículo 5,7% del total.


  Las pioneras que empezaron a luchar para poder dirigir aparecieron hace ya un siglo, por extraño que pueda parecernos hoy. La americano-holandesa Antonia Brico, primera mujer con un diploma de dirección de la Academia de Berlín, fue la primera mujer en dirigir la Filarmónica de Nueva York, en 1938, y probablemente fue la primera que obtuvo un puesto fijo, en Denver para ser precisos, pero acabó como hicieron otras, formando su propia orquesta de mujeres para poder dirigir habitualmente. Ese fue el caso de la francesa Jeanne Evrard, que fundaría en 1930 una orquesta femenina en París. Ante las dificultades que encontraban para dirigir una orquesta, estaban obligadas a recorrer este camino para poder dirigir, pero a su vez contribuían seguramente a crear un mundo aparte, casi un ghetto para las mujeres dentro del mundo sinfónico. Siempre fue difícil romper los moldes, pero ejemplos no faltan de aquellas que lucharon contra los elementos.


  Las tornas empezarían a cambiar lentamente a partir de los años 1960. Las mujeres directoras habían tenido acceso sobre todo a pequeñas formaciones de cámara, pero a partir de esos años accederán a las grandes orquestas sinfónicas. El primer caso llamativo, no del todo conocido puesto que ocurrió en el otro lado del telón de acero, es el de Veronika Dudarova, un verdadero caso de longevidad dirigiendo durante sesenta años la Orquesta Sinfónica de Moscú. 


  Pero es a partir de finales del pasado siglo donde los cambios empiezan a ser más evidentes. Citaba al principio el caso de Grazinyte-Tyla y su presentación en los Proms de Londres, concierto al que tuve el lujo de asistir; en el programa de aquél concierto, que se puede ver completo en este vídeo de la BBC, cantaba en la primera parte la soprano Barbara Hannigan, que no solo es una cantante muy apreciada sobre todo en el repertorio contemporáneo (en el concierto canta “Let me tell you”, una interesante obra de Hans Abrahamsen), sino que empieza a aparecer regularmente como directora de orquesta, sobre todo con la Sinfónica de Göteborg y con la Orquesta Filarmónica de Radio France.


  De una generación anterior es Marin Alsop, la alumna preferida de Leonard Bernstein, y que ha sido la primera mujer en dirigir el concierto de clausura de los Proms, ese concierto donde el público gamberrea como en ningún otro. Trotamundos de la dirección orquestal, en los últimos años ha dirigido la Orquesta de la Radio de Austria, la Filarmónica de Londres y es titular de otra orquesta en Sao Paulo.


  Otro caso interesante es el de Simone Young, australiana que ha sido durante una década directora general de la ópera de Hamburgo, y hoy en día una especialista del gran repertorio alemán, ese tipo de repertorio que muchos identifican como masculino, y que ella dirige habitualmente con las mejores orquestas alemanas o con la Filarmónica de Viena.

Pero hay más. Emmanuelle Haïm, clavecinista y alumna de William Christie, ahora directora de Le concert d’Astrée, imbatible en el repertorio barroco y que ya ha sido invitada por la Filarmónica de Berlín. También del mundo barroco ha llegado la contralto Nathalie Stutzman, ahora directora de la Sinfónica de Atlanta, y que ya ha pasado por la prueba de fuego de dirigir en el festival wagneriano de Bayreuth. Más nombres que el lector curioso, y con tiempo, podrá buscar en los vídeos que abundan en internet: Susanna Mälkki (Orquesta Sinfónica de Montreal), Laurence Equilbey (Insula Orchestra), Elim Chan, Alondra de la Parra, Sarah Hicks (Orquesta Nacional de Dinamarca), Speranza Scappucci (Opera de Valonia)…


  En este mismo mes de marzo la Filarmónica de Berlín, casualidad o no, ha tenido dos conciertos de su temporada dirigidos por Dalia Stasevska y Joana Mallwitz. Esta última habrá hecho un viaje para llegar a la sala de conciertos tan largo como las tres estaciones de metro que separan la Filarmónica del Konzerthaus de Berlin, donde ella es directora habitual; antes de eso, en 2020, fue la primera mujer en ponerse delante de la Filarmónica de Viena, fue en el festival de Salzburgo dirigiendo Cosi fan tutte. 


  Los caminos que llevan a la dirección de orquesta no son únicos. En la mayoría de los casos hablamos de instrumentistas orquestales o solistas que dan el salto, pero harán falta muchos años de práctica para llegar a ser un director de cierto peso. Hablamos de una profesión en la que, dejando de lado algún prodigio aislado, un director se está formando hasta los 40 años, madura entre los 40 y los 50 para sacar lo mejor a partir de ahí. La experiencia aquí cuenta más que en ninguna otra profesión. Si tenemos en cuenta lo tardía que ha sido la entrada de las mujeres en las orquestas sinfónicas (el caso de la Filarmónica de Viena a este respecto daría para otro artículo), y sabiendo lo lento que son los procesos de aprendizaje en la música, podemos concluir que estamos solo ante el principio, el tiempo está jugando a favor de las directoras que ya son, las chicas que son estudiantes en los conservatorios tienen espejos en los que mirarse y el futuro más próximo va a ser también para ellas. Y esperemos que con menos dificultades.




 

miércoles, 5 de marzo de 2025

Desastres evitables



  Eran las ocho de la mañana y estaba lloviendo a cántaros, algo que habían anunciado copiosamente en las noticias los días anteriores. Pensó en su hermano, 60 años y síndrome de Down, y la cita que tenían en la Universidad, donde un profesor les había invitado a un congreso para hablar con el ejemplo de su hermano de la importancia de la estimulación psicomotriz temprana en personas con síndrome de Down. Pero llovía mucho, hacía fresco y no quería exponer a su hermano a un resfriado o algo parecido que, en su caso y a su edad, siempre viene acompañado de otras cosas. Así es que llamó a la casa de su hermano y respondió la cuidadora que le acompaña, que estuvo de acuerdo. Llamó después a la Universidad, ya eran casi las nueve de la mañana, y allí le agradecieron la llamada y le informaron que se había anticipado, que les pillaba con el teléfono en la mano puesto que todos los actos y las clases se habían cancelado debido al temporal…


  Ocurrió en Valencia y en Burjasot, fue el 29 de octubre, el día de la DANA, y los protagonistas de lo que he contado arriba tienen nombre y apellidos. Entre tantas noticias sobre mentiras y nuevas mentiras sobre las antiguas mentiras, alguna asociación o alguna institución debería recordar que alguien hizo su trabajo, tomó la decisión que le correspondía tomar por difícil que esta fuera, anuló lo que había que anular y de seguro que alguna vida se salvó con su decisión. 


  En el momento que yo escribo el todavía presidente Mazón es un zombie político, él es el único que cree estar vivo, pero todos a su alrededor lo miran como el muerto político que es. Después entrará la Justicia, que con su rapidez habitual tomará decisiones allá por el próximo diluvio catastrófico en Levante. Pero a los ciudadanos nos corresponde exigir de nuestros gobernantes, que para eso les pagamos el sueldo entre todos, un sueldo y unas condiciones laborales que son para que hagan su trabajo, no para que chuleen a todo el mundo.


Se me ocurren dos apuntes tan lógicos y evidentes que da hasta vergüenza tener que insistir en ellos:


1- Estaría bien que las personas que ocupan puestos de responsabilidad tengan la preparación adecuada para ello. Haber sido votados y obtener una mayoría no implica que un presidente esté capacitado para manejar un presupuesto enorme ni para tomar decisiones que le sobrepasan. Lo mismo para los que son nombrados en puestos aquí y allá. Los ciudadanos nos hemos acostumbrado con ligereza mental a que nos gobiernen a veces verdaderos ineptos que no tienen ni formación ni capacidad para lo que llevan entre manos. Para las próximas elecciones deberíamos empezar por pedir más información sobre la experiencia y capacidad profesional de cada candidato, no sea que nos vaya a dirigir una comunidad autónoma un cualquiera que como experiencia profesional solo ha llevado una cuenta Twiter en su vida. Lo mismo para cuando nombran ministros, asesores y demás. Si los pagamos nosotros, al menos que sean capaces. 


2- La Administración española se ha convertido en algo imposible de manejar. Hay demasiados niveles y demasiado caros. Las comunidades no pueden ser reinos de taifas que compiten entre sí, y los españoles se merecen ser tratados por igual vivan donde vivan, y hayan nacido donde hayan nacido. Vivir con 17 sistemas sanitarios y 17 sistemas de educación, por poner solo un ejemplo, es una auténtica locura. Cuando miro el mapa de España solo veo un sumidero por el que desaparece una cantidad enorme de dinero público, que hay que repetir una vez más que es de todos y que sale del bolsillo de cada uno. Una administración que está y funciona cuando se le necesita, y la DANA es el mejor ejemplo, es el mejor antídoto contra los abascales y alvises oportunistas que siempre están al acecho en cada convocatoria electoral.


Termino con algo que me contó alguien que lo ha vivido. El pasado mes de enero hubo unas tormentas de viento que afectaron a las islas británicas. El día señalado como peligroso era un viernes, y la víspera, a primera hora de la tarde, las clases de la universidad fueron interrumpidas por unas alarmas que sonaron simultáneamente en todos los móviles de las aulas, alarmas que asustaron a todo el mundo y que provocaron lo necesario: las clases se suspendían el viernes, y todo el mundo debía quedarse en casa siempre que fuera posible. No entiendo que algo parecido no hubiese alertado a toda la población valenciana afectada el pasado 28 de octubre.


PS: la semana de la DANA yo andaba entre Francia y España de traductor y conseguidor de platos vegetarianos y otras cosas con un coro francés, el coro Mikrokosmos. El día 30 había concierto en Zaragoza, en una sala maravillosa con una acústica increíble. El director quiso dedicar el concierto a las víctimas, y este vídeo es un pequeño extracto del ensayo previo.




domingo, 8 de octubre de 2023

LOS CRITICOS NO SIEMPRE SABEN MIRAR



Dos noticias recientes han despertado de mi memoria pensamientos que me rodean cada vez que leo en la prensa una crítica de cine o de música. Creo que cualquiera que tenga afición por las artes en general y que tenga la misma costumbre que yo de leer críticas con ganas de informarse reconocerá lo que aquí voy a contar, y puede que compartan en algo la opinión que doy de los críticos y del trabajo de la crítica en general.

La primera de las noticias ha ocupado parte importante de las portadas francesas, pero también ha sido noticia en las páginas culturales de algún periódico español: la Academia Francesa (se llama así, sin más, sin referencia a la lengua, ya sabe todo el mundo a qué se dedica) acaba de nombrar secretario perpetuo a Amin Maalouf, escritor francés de origen libanés. A mí me gusta leer estas noticias y comparar por ejemplo el espacio y la atención que se da en Francia a esta elección, que en el caso español no es comparable más que con la elección de algún cardenal, puesto que del director de la RAE y de su trabajo no hay prácticamente noticia en las secciones culturales. El caso de la elección de Amin Maalouf ha ocupado mi atención además porque es uno de los escritores a los que empecé a leer en español pero que luego he seguido leyendo (y releyendo) en francés. Su elección me ha alegrado a la vez que me ha traído el recuerdo de una crítica musical de Adriana Mater, una ópera de Kaija Sahariao, la compositora finlandesa fallecida el junio pasado. No recuerdo el nombre del crítico y dudo que guarde el artículo, pero sí recuerdo el desdén con el que se refería al autor del libreto de la ópera, diciendo algo así como que la música merecía algo mejor que el texto de un escritor mediocre como Amin Maalouf. Como no siempre sigo a pies juntillas lo que dicen los críticos, y como por entonces, año 2006, yo ya tenía formada mi propia opinión de Maalouf, aproveché que publicaron el libreto y lo compré. Me gustó, lo guardo y espero poder encontrarlo en el desorden de biblioteca que tengo, me gustará volver a leerlo, porque los años hacen que cambien los colores de los textos a los que te acercas cada vez que lo haces.

Apenas uno o dos días después de esta noticia publicó El País una crítica de Cerrar los ojos, la última película de Victor Erice, quien recibió un premio en el festival de San Sebastián casi coincidente con el nombramiento de Amin Maalouf. La película había sido estrenada antes en Francia, yo la había podido ver y mi opinión no podía ser más distinta de la del crítico por excelencia, lo que me llevó a una cierta reflexión sobre el trabajo de la crítica cinematográfica, literaria o musical. A mí me parece que este trabajo debe hacerse desde unos pilares completamente opuestos a los que utiliza Carlos Boyero para hacer su trabajo, puesto que él se dedica a contarnos si una película le ha emocionado o le ha hartado o le ha provocado lo que sea, generalmente algo negativo. Desde la modestia del que nunca ha ejercido la crítica como profesión, pero que con mejor o peor acierto se dedica a leer a menudo a los críticos, al menos puedo decir lo que espero de ellos, y no espero más que una opinión en abstracto, o lo más general posible, de lo que han visto, leído o escuchado, no las emociones (negativas en este caso) que han sentido. Por poner un ejemplo fácil: a mí no me gustan las películas de Steven Spielberg, pero si tuviera que hacer la crítica de alguna de ellas no se me ocurrirá poner eso, porque lo importante es contar qué medios ha tenido para contar una historia y cómo los ha utilizado, si el ritmo es trepidante o si es pausado, no si yo tenía ganas de abandonar la sala, algo que solo a mí me importa y no al potencial lector.

Hubo un crítico de danza en la prensa española, y de cuyo nombre no quiero ahora acordarme, que puso a caldo nada menos que a Maurice Béjart a cuenta de una de sus visitas a Madrid en los años 1990; más tarde se dedicó poco menos que a perseguir sistemáticamente el trabajo de Nacho Duato al frente de la Compañía Nacional de Danza, a la que había sacado literalmente del ostracismo en el que se encontraba cuando se hizo cargo. Seguí leyendo a este crítico y con el tiempo comprendí que lo único que le gustaba, y le interesaba, era el ballet clásico y que todo lo demás era poco menos que superfluo para él. Hablo en pasado, pero este crítico sigue escribiendo en alguna revista especializada, y cada vez que le leo me acuerdo de aquello de que el tuerto es el rey en el país de los ciegos.

Me gusta saber quien firma una crítica, llega el caso de leer a veces a alguien sabiendo que si dice tal cosa negativa de una obra, es que merece la pena que yo vaya a verla. Y es por eso por lo que diré que, a veces, el trabajo de los críticos es impagable, pero no dejaré de cogerlo con pinzas, como suele ser el caso de aquellos críticos a los que leo regularmente, pero a los que sigo en lo que dicen reinterpretándolo y adaptándolo a mis gustos y a mi criterio personal. Y acabo con un enlace a una crítica de la última película de Erice, esta vez publicado en CTXT, firmado por Marc García García, que es más una crónica de los cuatro largometrajes de Erice, y que es un ejemplo de lo que yo busco cuando voy a la prensa. Un artículo que puedo poner aquí una vez más gracias a mi amigo Juan, siempre atento con sus recomendaciones.

 

martes, 18 de abril de 2023

Pablo Milanés se escribe con B de Burgos


 

  Muchos años después, las músicas que nos gustaron cuando éramos jóvenes nos provocan una sonrisa y nos dejan un sabor dulce en los labios. Yo andaba por los 18 años y pasaba muchas tardes en casa de mi amigo Juan, que cambiaba constantemente de disco con tal de hacerme escuchar más y más canciones. Así conocí a Pablo Milanés, y así me quedé en la memoria con algunas de sus canciones. Me gustaba especialmente una que hablaba de las esperanzas por venir, de las calles que pisaríamos de nuevo en un país donde todo fuera posible. Sonaba bien cuando con aquella edad todo lo que yo quería era alejarme de un mundo que me oprimía y donde sentía que no encontraría lo que buscaba, aunque entonces ni siquiera supiera que buscaba algo.


  Pasaron unos cuantos años, yo ya andaba por Madrid y conocí a alguien que luego ha significado mucho en mi vida. Estaba invitado en casa de Victoria, me había invitado su hija, con quien andaba trasteando entonces (sigo en ello), coincidía que había más invitados ese día y nos presentaron. Había dos bandos, uno el de las personas mayores, para mí todas contemporáneas de Victoria, y luego el de la siguiente generación, donde yo era simplemente el más joven. Entonces me ocurría a menudo, ser el más joven de una reunión y el que menos se enteraba de las cosas. Yo puse mi oreja a lo que se discutía en la mesa de los más mayores y algo llamaba poderosamente mi atención. Desde niño siempre había vivido rodeado de gente de pelo blanco, pero las conversaciones siempre eran banales. Aquí en cambio se hablaba de política, de literatura, de arte… Victoria me había dicho que eran unos amigos suyos, más tarde aprendí quienes eran, sobre todo quien era el único señor de la reunión: Demetrio. Victoria había conocido a Demetrio en el penal de Burgos (ella lo llamaba siempre así). A finales de los años 1940 se había organizado en Burgos una red de mujeres que ayudaba como buenamente podía a los presos de la cárcel, presos políticos que vivían en unas condiciones inhumanas y a los que se pretendía desprender de toda dignidad. Uno de esos presos era Demetrio, una de esas jóvenes que les ayudaban era Victoria, y la amistad que allí se tejió duró toda la vida. Yo mantuve algo de contacto con las hijas de Demetrio, pero nunca me atreví a preguntar por cosas de su padre. En cambio con Victoria pude hablar largo y tendido a lo largo de los años. Me habló de la Jefa, que era la que todo lo organizaba, y a la que me presentó una vez en Burgos, ya entrada en los noventa años, pero a la que se le notaba una enorme humanidad, una fuerza interior sobrehumana y un carácter a prueba de bombas. Su nombre, Florentina Villanueva, y su labor tan importante fue citada por Enric Juliana en su libro “Aquí no hemos venido a estudiar”, un compendio de los muchos debates ideológicos que llenaron las horas de los presos de Burgos. Cuando yo conocí a Victoria ella ya había vivido en Francia y en Líbano antes de volver a España. Muchas mudanzas, pero seguía guardando como oro en paño sus objetos más valiosos, aquellos objetos que con paciencia y tesón le habían regalado los presos del penal, a veces poemarios escritos con la letra más minúscula que yo haya visto nunca, porque solo así podían salir disimulados entre ropas que luego ellas les cosían o lavaban, poemarios de poetas prohibidos escritos solamente a partir de la memoria, porque Burgos no fue solo un penal, sino una verdadera universidad donde gentes como Demetrio, apenas un joven cuando entró, pudieron salir con una verdadera formación y conciencia social, armas necesarias para poder continuar en la lucha por una sociedad democrática, una lucha que nunca ha sido suficientemente reconocida.


  Apenas unos años después del encuentro del que hablé más arriba supimos que Demetrio enfermó gravemente. Un día Victoria nos llamó y nos pidió que la acompañáramos, que seguramente era la última vez que iba a poder ver a Demetrio con vida. Las hijas, María y Pepa, habían conseguido dinero de algún sitio y consiguieron llevarse a su padre a una clínica donde pudiera estar solo en una habitación. Entramos y pudimos hablar con él. Cuando se dirigió a mí nos dimos la mano a modo de abrazo, y con una fuerza enorme que yo no sé de dónde sacaba nos despedimos… Yo salí mal de allí, nunca me había despedido de nadie, ni siquiera pude hacerlo de mi madre, que había muerto poco tiempo antes. Aquella fuerza que sentí en su brazo era la de quien quería aferrarse a la vida, seguir viviendo y luchando, y aunque él ya se sabía al final de su recorrido, quería transmitir esa fuerza que fue la que seguramente le mantuvo con vida en lo peor de su existencia, cuando en Burgos el frío, el hambre y las palizas eran su vida cotidiana.


  Salimos del hospital, todos mal porque sabíamos que eran sus últimas horas. Yo dejé un rato a Victoria y a su hija y me marché a una tienda que conocía donde encontré el LP de Pablo Milanés con la canción que buscaba y que escuché como en bucle durante la noche, aunque nunca hubiera pisado las calles de Santiago ni tenía idea de si algún día lo pisaría. 


  Cuando hace unas semanas la prensa anunció la muerte de Pablo Milanés y todo se llenó de homenajes y recuerdo de sus canciones, yo recordé que hubo un tiempo que me gustó, recordé la amabilidad eterna y la sonrisa de la madre de Juan cuando me veía aparecer por la puerta, y recordé a Demetrio, y a tantos como él a los que nunca conocí y a los que tanto debe esta democracia de baja intensidad en la que vivimos.


  Muchos años después, las músicas que nos gustaron de jóvenes las volvemos a escuchar no porque nos sigan gustando, sino porque nos despiertan recuerdos imborrables de quienes siempre vivirán con nosotros. 



miércoles, 12 de abril de 2023

La música es un viaje (2)


 Fuera empezaban a caer copos de nieve, el frío no impedía a más de un ruso pasear tranquilamente devorando un helado mientras nosotros buscábamos donde refugiarnos. Estábamos en Leningrado, todavía se llamaba así en la primavera de 1989, y en la Avenida Nevsky nos encontramos con lo que para nosotros era un paraíso: una tienda de música con partituras que podíamos pagar en rublos, a un precio que era un festín comparado con lo que teníamos costumbre de pagar en la tienda que había entonces junto al Teatro Real en Madrid.


  Éramos el Coro de la Universidad Politécnica de Madrid, y estábamos haciendo un viaje poco menos que imposible a Moscú y Leningrado, donde dimos dos conciertos inolvidables, sobre todo el de Moscú. Era todavía marzo o abril de 1989, el muro de Berlín no había caído, viajar a la Unión Soviética era todo menos fácil y lo que uno se encontraba por allí era algo completamente diferente a lo de hoy y a lo que ninguno de nosotros tenía costumbre de ver. Los recuerdos y las anécdotas forman parte habitual de nuestras conversaciones cuando volvemos a reunirnos algunos de quienes disfrutamos de aquello. 


  Pero había dejado el relato en una tienda de música en Leningrado, donde habíamos desembarcado en buen número y estábamos volviendo locos a los dependientes, ya quedábamos solo unos pocos cuando de repente una voz estruendosa y familiar invadió todo: nuestro director acababa de descubrir la partitura de las Vísperas de Rajmaninof, obra que a nosotros no nos decía nada. Más tarde me contaría que él sabía que existía la obra, pero del tiempo que había vivido en la Unión Soviética, hasta finales de los años 1970, nunca se había publicado, probablemente por ser música religiosa, y no había podido nunca trabajarla. Como niño con zapatos nuevos salió contento con su regalo, nosotros seguimos a lo nuestro buscando más partituras y sin saber que ninguna de ellas sería tan manoseada ni ocuparía tanto espacio en nuestras vidas como la que nos esperaba a nuestra vuelta en Madrid: las Vísperas de Rajmaninof.


  Poco tiempo después de la vuelta a Madrid nuestro director, José De Felipe, nos dijo que íbamos a montar las Vísperas. Obra de dimensiones colosales para cualquier coro, José tuvo que sacar todo su armamento y su sabiduría para convencernos. Pasaba el tiempo, avanzábamos lentamente en el montaje de las Vísperas, que íbamos compaginando con otros compromisos, y lentamente cada ensayo se iba convirtiendo en un aprendizaje emocional sobre Rusia, su cultura, su poesía…el alma rusa. José, que había nacido en Moscú, se educó musicalmente allí y no vino a España hasta bien entrada su treintena, siempre tenía a mano algo que contarnos sobre la vida en Rusia para que ese recuerdo nos acompañara durante la interpretación. Inolvidable cuando nos insistía en el dolor para cantar Aleluya, el tercer número de las Vísperas. Y el fraseo, que él nunca llamaba así, la madre del cordero para interpretar la música rusa, cualquier música, pero sobre todo la música rusa. A José le gustaba gritar y corregir cuando cantábamos en los ensayos, y cuando la frase no estaba siempre se le oía “cantaaaaaaad!!!!” con su vozarrón de bajo sonando por encima de todas nuestras voces.


  El trabajo psicológico que hizo con nosotros fue monumental, el sonido que teníamos distaba mucho de tener la riqueza en las voces graves que piden tanto la partitura como el color que pide la música coral rusa. Recuerdo a la salida en uno de nuestros conciertos cuando alguien conocido en el público me dijo que no sabía que teníamos voces tan graves… “¡yo tampoco!” le contesté. Es habitual que coros profesionales que cantan la obra cuentan con un “octavista”, un bajo como cada vez son más raros de encontrar y que da un color especial a la interpretación. Nosotros lo hicimos a pelo y José consiguió que nos lo creyéramos.


  Los acontecimientos políticos se agolparon en las portadas de la prensa y también entraron en nuestros ensayos: cayó el muro de Berlín, Gorbachov dejó de ser un ogro para Occidente, el golpe de 1991, la desintegración de la Unión Soviética… Todavía recuerdo cuando me comentó que la separación de Rusia y Ucrania era un error histórico y que traería muchos problemas…


  José siempre nos insistía que teníamos que acercarnos a esta música con dolor. A veces nos hablaba de alguna carta que había llegado de familiares que les hablaban de las dificultades para la vida cotidiana, pero con la esperanza de la primavera que ya se anunciaba… Así quería que entendiéramos las Vísperas, que no llegamos a montar entera, cosa que José no pretendía, pero allí donde las cantamos no dejamos indiferente al público, y la huella que quedó en nosotros es imborrable: una música donde pasábamos del fortísimo al pianísimo, del agudo más imposible al grave profundo de un abismo.


  Ha llovido mucho desde entonces, tanto como para ser consciente de la suerte tan inmensa que tuve un mes de octubre de 1983 en cruzarme con José de Felipe y que me dejara cantar con él en la Politécnica. Cambió por completo mi forma de escuchar y de interpretar la música, que es como decir que cambió por completo mi vida. Me dijeron que José volvió a Moscú, donde sigue arrastrando su mala salud de hierro, y será raro que pase por aquí a leer esto, pero yo lo digo por si acaso: gracias Maestro, tantos años después y sigo recordándote con cada música que canto o escucho, te debo tanto que necesitaría mil y una vidas para poder agradecértelo como mereces.