Había electricidad en el ambiente y no era para menos, la expectación era la de las grandes tardes y de que aquello podía ser una buena “faena”, si es que en el mundo de la música se puede utilizar el término taurino. En el mayor y más prestigioso de los festivales británicos, los Proms de Londres, que tienen lugar cada verano en el Royal Albert Hall, se presentaba en agosto de 2016 la lituana Mirga Grazinyte-Tyla en su primer concierto como flamante nueva directora titular de la City of Birmingham Symphony, una de las mejores orquestas europeas. Con solo 29 años Mirga Grazinyte-Tyla tomaba las riendas de la orquesta que había sido dirigida anteriormente por Simon Rattle y Andris Nelsons, también elegidos muy jóvenes y que crecieron con esta orquesta hasta convertirse en los dos monstruos de la dirección que son hoy en día, más todavía el primero, que solo dejó la orquesta de Birmingham para subir al podio orquestal más cotizado del planeta, el de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Si tal y como escribió Elias Canetti «no existe expresión de poder más obvia que la de un director de orquesta» (Crowds and Power, 1963), tendremos que añadir que como tal expresión de poder siempre hubo mucha resistencia a dejar las riendas de una orquesta en manos femeninas. Hablamos de un mundo en el que, si damos por buenas las cifras publicadas por el crítico Christian Merlin en 2021, sobre un análisis de 780 orquestas profesionales en el mundo solamente podían contarse 45 mujeres directoras en un puesto permanente, un ridículo 5,7% del total.
Las pioneras que empezaron a luchar para poder dirigir aparecieron hace ya un siglo, por extraño que pueda parecernos hoy. La americano-holandesa Antonia Brico, primera mujer con un diploma de dirección de la Academia de Berlín, fue la primera mujer en dirigir la Filarmónica de Nueva York, en 1938, y probablemente fue la primera que obtuvo un puesto fijo, en Denver para ser precisos, pero acabó como hicieron otras, formando su propia orquesta de mujeres para poder dirigir habitualmente. Ese fue el caso de la francesa Jeanne Evrard, que fundaría en 1930 una orquesta femenina en París. Ante las dificultades que encontraban para dirigir una orquesta, estaban obligadas a recorrer este camino para poder dirigir, pero a su vez contribuían seguramente a crear un mundo aparte, casi un ghetto para las mujeres dentro del mundo sinfónico. Siempre fue difícil romper los moldes, pero ejemplos no faltan de aquellas que lucharon contra los elementos.
Las tornas empezarían a cambiar lentamente a partir de los años 1960. Las mujeres directoras habían tenido acceso sobre todo a pequeñas formaciones de cámara, pero a partir de esos años accederán a las grandes orquestas sinfónicas. El primer caso llamativo, no del todo conocido puesto que ocurrió en el otro lado del telón de acero, es el de Veronika Dudarova, un verdadero caso de longevidad dirigiendo durante sesenta años la Orquesta Sinfónica de Moscú.
Pero es a partir de finales del pasado siglo donde los cambios empiezan a ser más evidentes. Citaba al principio el caso de Grazinyte-Tyla y su presentación en los Proms de Londres, concierto al que tuve el lujo de asistir; en el programa de aquél concierto, que se puede ver completo en este vídeo de la BBC, cantaba en la primera parte la soprano Barbara Hannigan, que no solo es una cantante muy apreciada sobre todo en el repertorio contemporáneo (en el concierto canta “Let me tell you”, una interesante obra de Hans Abrahamsen), sino que empieza a aparecer regularmente como directora de orquesta, sobre todo con la Sinfónica de Göteborg y con la Orquesta Filarmónica de Radio France.
De una generación anterior es Marin Alsop, la alumna preferida de Leonard Bernstein, y que ha sido la primera mujer en dirigir el concierto de clausura de los Proms, ese concierto donde el público gamberrea como en ningún otro. Trotamundos de la dirección orquestal, en los últimos años ha dirigido la Orquesta de la Radio de Austria, la Filarmónica de Londres y es titular de otra orquesta en Sao Paulo.
Otro caso interesante es el de Simone Young, australiana que ha sido durante una década directora general de la ópera de Hamburgo, y hoy en día una especialista del gran repertorio alemán, ese tipo de repertorio que muchos identifican como masculino, y que ella dirige habitualmente con las mejores orquestas alemanas o con la Filarmónica de Viena.
Pero hay más. Emmanuelle Haïm, clavecinista y alumna de William Christie, ahora directora de Le concert d’Astrée, imbatible en el repertorio barroco y que ya ha sido invitada por la Filarmónica de Berlín. También del mundo barroco ha llegado la contralto Nathalie Stutzman, ahora directora de la Sinfónica de Atlanta, y que ya ha pasado por la prueba de fuego de dirigir en el festival wagneriano de Bayreuth. Más nombres que el lector curioso, y con tiempo, podrá buscar en los vídeos que abundan en internet: Susanna Mälkki (Orquesta Sinfónica de Montreal), Laurence Equilbey (Insula Orchestra), Elim Chan, Alondra de la Parra, Sarah Hicks (Orquesta Nacional de Dinamarca), Speranza Scappucci (Opera de Valonia)…
En este mismo mes de marzo la Filarmónica de Berlín, casualidad o no, ha tenido dos conciertos de su temporada dirigidos por Dalia Stasevska y Joana Mallwitz. Esta última habrá hecho un viaje para llegar a la sala de conciertos tan largo como las tres estaciones de metro que separan la Filarmónica del Konzerthaus de Berlin, donde ella es directora habitual; antes de eso, en 2020, fue la primera mujer en ponerse delante de la Filarmónica de Viena, fue en el festival de Salzburgo dirigiendo Cosi fan tutte.
Los caminos que llevan a la dirección de orquesta no son únicos. En la mayoría de los casos hablamos de instrumentistas orquestales o solistas que dan el salto, pero harán falta muchos años de práctica para llegar a ser un director de cierto peso. Hablamos de una profesión en la que, dejando de lado algún prodigio aislado, un director se está formando hasta los 40 años, madura entre los 40 y los 50 para sacar lo mejor a partir de ahí. La experiencia aquí cuenta más que en ninguna otra profesión. Si tenemos en cuenta lo tardía que ha sido la entrada de las mujeres en las orquestas sinfónicas (el caso de la Filarmónica de Viena a este respecto daría para otro artículo), y sabiendo lo lento que son los procesos de aprendizaje en la música, podemos concluir que estamos solo ante el principio, el tiempo está jugando a favor de las directoras que ya son, las chicas que son estudiantes en los conservatorios tienen espejos en los que mirarse y el futuro más próximo va a ser también para ellas. Y esperemos que con menos dificultades.
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