martes, 31 de julio de 2018

Edurne Portela: El eco de los disparos



Conflicto: 3.m. Apuro, situación desgraciada y de difícil salida. 4.m. Problema, cuestión, material de discusión. 
del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española


“Las redes de la complicidad, la profundidad social del enfrentamiento, la normalización de la violencia y del abuso han creado una sociedad farragosa en el que el simular lo que no se es y esconder lo que se es también es normal.” 
Edurne Portela, El eco de los disparos.


Hay algunas indicaciones autobiográficas, pocas, pero ninguna tan contundente como la de la niña que descubre que han asesinado a su pediatra, de nombre Santiago Brouard. Ser vasca, haber convivido forzosamente con la violencia en muchas de sus formas, y dedicarse a estudiar la violencia y sus representaciones en la cultura contemporánea tenían que desembocar en una obra como El eco de los disparos. Edurne Portela, que es de quien hablamos, en apenas 200 páginas, consigue dar una vuelta completa a todo lo que uno haya podido ver, leer y reflexionar sobre el conflicto vasco, un término que, aclara la propia Portela, utilizará en el libro según la tercera y/o cuarta acepción del diccionario de la RALE, a la vez que se sitúa “totalmente en contra del uso de la palabra conflicto que hace la izquierda abertzale, según la cual Euskal Herria es un territorio ocupado en el que se ha vivido una guerra entre el ‘pueblo vasco’, el Estado español y, en menor medida, el francés”.

Es difícil catalogar al uso un libro como El eco de los disparos, un ensayo en el que se incluyen breves relatos que uno adivina a caballo entre la ficción y la experiencia vivida. Edurne Portela no se come las palabras y sabe llamar a las cosas por su nombre, en un intento sincero y muy eficaz de remover las conciencias y mostrar la complejidad de la realidad, citando de forma nada inocente a Milan Kundera y El arte de la novela. A través de obras literarias y fílmicas relativamente recientes, Edurne Portela irá destapando las vergüenzas de una sociedad en la que, según ella, todavía hay dificultades para hablar abiertamente. Pero su gran mérito es que ella parte siempre desde la construcción, intentar conocer al otro no tiene que significar su justificación, es un paso necesario para comprender y para que un día, en una calle cualquiera de un pueblo cualquiera, sea posible hablar sin miedo, ese miedo que ella misma ha visto reflejado en algunos testigos que le pidieron no aparecer con su nombre o, de forma más directa, ella misma comprendió cuando en el último de sus relatos se ve incapaz de dar indicaciones que permitan identificar a una defensora a ultranza de la independencia de Euskal Herria alejada ya de cualquier postulado de lucha armada. 

Edurne Portela rehuye hablar de un conflicto en blanco y negro con dos posturas enfrentadas y antagónicas; en el análisis literario y fílmico que realiza deja clara su preferencia por aquellas obras complejas a veces, incomprendidas en otras, en las que la realidad se muestra como lo que es, llena de matices y de complejidades. Entre las obras y los testimonios que ella cita hay uno que me ha llamado poderosamente la atención: se trata del fotoperiodista Clemente Bernad y de una fallida exposición; en palabras de Portela, "Bernad se propuso cubrir una parte del conflicto que no aparecía en los medios, enfocándose en buena medida en momentos hasta entonces ‘invisibles' de la izquierda abertzale, aunque también hay numerosas fotografías que muestran las consecuencias de su violencia”. Bernad debía exponer doce fotografías en una exposición de varios artistas con motivo del décimo aniversario del Guggenheim de Bilbao. Una de ellas era de una radiografía del cráneo de Miguel Angel Blanco, fotografía hecha durante la rueda de prensa que dio el médico a su cargo. Bernad pidió permiso para exponer la fotografía, pero recibió un no rotundo y Bernad respetó el deseo de la familia. La negativa no quedó ahí, y la Asociación de Víctimas del Terrorismo, el Partido Popular y el Colectivo de Víctimas del Terrorismo decidieron ir en contra de Bernad. Después hubo amenazas telefónicas y un intento de derribar humana y profesionalmente a Bernad. Muy interesante es el análisis que hacen Portela y Bernad de las fotografías que si pudieron exponerse, sobre todo porque explican hasta qué punto ellas no hablan tanto, sino el contexto en el que se inscriben y la lectura que queremos hacer de ellas. 

Imposible hacer una reseña completa de las obras analizadas, lo más importante es el mensaje que recorre toda la obra: el cine y la literatura deben ser motores de cambio en una sociedad. Termino con una cita final de Edurne Portela cuando se refiere en el epílogo a los encuentros entre víctimas y terroristas, el perdón y un posible futuro de la sociedad vasca: 


“Existen encuentros posibles, pero la mayoría se dan en la intimidad de nuestras cocinas. Todavía queda mucho trabajo por hacer para que este tipo de conversaciones, este atender al otro, trascienda; todavía estamos muy lejos de que se produzca un cambio imaginativo real a nivel colectivo  que nos permita no tanto ‘superar' el conflicto, sino conocerlo en sus dimensiones más intrincadas, que son las que tienen que ver con los afectos que nos unen. Y los que nos desunen. Este ensayo ha sido una llamada para que atendamos a aquellas representaciones culturales que nos ayudan a imaginar de otra forma, a llevar el debate al ámbito público a través de las conversaciones que se pueden crear a raíz de una lectura, de una plícula, de una exposición que nos sacuda, nos saque de la indiferencia colectiva, y nos haga reflexionar honestamente sobre nuestra participación en este conflicto. Necesitamos sentir el oleaje provocado por la ruptura del mar congelado que llevamos dentro. Y, a partir de ahí, ver adónde nos lleva la marea.”


NOTA 1: La fotografía de la portada del libro es de Bernad. Para quien quiera saber más de Clemente Bernad y su obra, puede pinchar aquí. Cualquier buen aficionado a la fotografía y al periodismo debiera visitarlo.

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