domingo, 14 de octubre de 2018

War Requiem



El pasado jueves tuve la fortuna de poder asistir a un concierto de los que dejan huella por la coincidencia de varias circunstancias que lo convirtieron en algo extraordinario. Una sala con acústica inigualable, el Concertgebouw de Amsterdam, unos intérpretes en estado de gracia y una obra que difícilmente se programa en las cada vez más conservadoras salas de concierto: el War Requiem de Benjamin Britten.

En unos días se celebrará por toda Europa el centenario del Armisticio que puso fin a la matanza que fue la I Guerra Mundial, y sin duda la programación de este monumento de Britten es una buena forma de recordar que Europa no fue siempre el balneario en que algunos creen vivir hoy, y que un sistema democrático nunca hay que darlo por hecho, sino que hay que construirlo día a día, como si se tratara del mito de Sísifo.


 Ya escribí detalladamente hace tiempo, con más o menos puntería, sobre el War Requiem. Todavía se puede leer aquí para los más pacientes. De forma rápida recordaré ahora que para celebrar la reconstrucción de la catedral de Coventry, destruida por los bombardeos alemanes en la II Guerra Mundial, se le hizo un encargo a Britten que dio como resultado esta obra monumental e imprescindible en la que se aglutinan tantas cosas del siglo XX europeo. La obra está escrita para dos conjuntos, de una parte una orquesta sinfónica, un coro de grandes dimensiones, un coro infantil y una soprano que irán cantando el texto latino del Requiem; por otro lado hay una orquesta de cámara, un tenor y un barítono solistas que irán cantando/declamando unos poemas de Wilfred Owen, poeta británico que contaba veintipocos años cuando fue matado en el frente el 4 de noviembre de 1918, justo una semana antes de la firma del Armisticio.



El concierto fue extraordinario, hombre de lágrima fácil como me he vuelto podría pensar en algún estado particular de sensiblería, pero los casi veinte minutos de aplausos finales me confirmaban lo excepcional de lo que acababa de vivir, un concierto de una intensidad difícilmente repetible. Bueno si, al día siguiente lo volvieron a hacer, hay grabación televisiva de ello y si algún día alguien lo cuelga por ahí no dejaré de traerlo por este blog. 

Pero el concierto no es ahora más que una excusa para hablar de otra cosa. Todavía con los ecos de esta música tan fantástica, y buscando una y otra vez las vueltas al poema de Owen, me encuentro con dos noticias que de alguna manera he querido hilvanar con la obra de Britten. Por un lado me encuentro el anuncio de la ceremonia que se celebrará el 11 de noviembre en el pueblo donde vivo, menos de 5000 habitantes en la aglomeración de Toulouse; a su manera, con todas las imperfecciones e hipocresías que se quieran, Francia ha sabido construir un relato bastante homogéneo, con voces discrepantes como tiene que ser en democracia, en el que cabe reunir a la gente en una ceremonia en la que no faltará una película crítica (hubiera debido ser Senderos de Gloria), y que permitirá reunir a los vecinos, ojalá que para poder discrepar sobre las diferentes versiones y opiniones sin necesidad de tirarse los trastos a la cabeza. 

La otra noticia viene de un periódico local español, con uno de esos ridículos homenajes a la bandera, momento de estética militar presidido por un ayuntamiento civil; los símbolos patrios utilizados como armas arrojadizas para el que no piense como yo ni tenga la misma visión unívoca que yo tengo; habrá que decir que algunos españoles se pelean a “patriazo” limpio. 


Vuelvo a Britten y a Owen, dejo dos cosas, un vídeo con la parte final, la que combina ese “let us sleep now” de los dos combatientes muertos en el frente, y el “in paradisum” del coro, parte final del requiem latino. La otra es un enlace con el War Requiem enterito subtitulado en castellano para el que tenga paciencia y una hora y cuarto por delante para disfrutar.





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