viernes, 30 de agosto de 2019

Calder




El nombre no me decía gran cosa y tuve que buscar información para situarlo. Hubo un dato sobre todos que me llamó poderosamente la atención: había colaborado con Marta Graham en los años 1940 y eso ya me predisponía para visitar la exposición de Calder en el Centro Botín de Santander. Tal y como me ocurrió el año pasado con la exposición de Miró, me pareció que un edificio abierto por dos lados a unas vistas espectaculares era un lugar propicio para las esculturas de Calder que allí se exponían (se exponen todavía). Acostumbrado a pensar en texturas y formas que uno puede tocar y abarcar con la mano, las esculturas de Calder desmontan al observador curioso porque de lo que hablan es de movimiento, de espacio, de aire…



Sorprende la utilización que hace de materiales de deshecho para articular piezas que parecen moverse incluso cuando estando quietas. La forma y la distribución de las obras expuestas a través de la sala abierta por un lado a la bahía y por el otro a la ciudad de Santander parecían querer moverse con un golpe de viento. Con esos mimbres no sorprendían luego unos vídeos que completaban la exposición, donde se mostraban unas coreografías del propio Calder donde los bailarines no son otros… que sus propias figuras.



Son obras que parecían ser expuestas para resaltar dos dimensiones, pero que no se completan si no se pasea alrededor, siendo el visitante el que crea el movimiento con su paseo. Pareciera que Calder buscara la belleza del instante, tal y como ocurre con el músico, una escultura que con su movimiento existiera de una forma única en cada instante. Mención especial merece la maqueta de una obra diseñada para el museo al aire libre que se alberga en el parque Hoge Veluwe en Holanda; el director del museo Kröller Müller recibió la maqueta cuando Calder acababa de morir; en una carta contestó a la viuda que ya era imposible saber lo que hubiera podido dar de sí esa maqueta en la imaginación desbordante de Calder, y que la maqueta quedaría como el ejemplo de los sueños que nunca pudimos realizar.



Aprovechando que tenía algo más de tiempo, seguí dando vueltas en la exposición buscando una música para Calder. Era fácil imaginar Edgar Varese u otro compositor con los que él colaboró, pero eso no me valía, era fácil, yo quería buscar algo. Lo encontré a partir de lo que estaba negándome a ver, los materiales que Calder utilizaba para las esculturas expuestas son los que dan lugar a las texturas que yo no quería sentir delante de mis ojos. Esos materiales de deshecho, alambres, chapas metálicas y otros materiales, en la música vendrían a ser los cuartos de tono que la música occidental ha despreciado, hasta el punto de que no hay forma de escribirlos en el pentagrama que hemos escogido como forma de escritura musical. Si no se pueden escribir no existen, podría decirse, hasta que llega alguien cuya imaginación desborda lo conocido y se inventa esta obra para dos pianos afinados en cuartos de tono (uno de ellos afinado cuarto de tono respecto del otro); a simple “oido” pareciera que están desafinados… pero no, no lo están.





Si alguno se ha quedado con curiosidad, puede probar con Wyschnegradsky y este vídeo con una obra escrita para ondas martenot y dos pianos afinados en cuartos de tono (estos sí). Comprendo que esto no son platos de gusto de todo el mundo, pero ya sabe el visitante asiduo que para lo más trillado este blog no es un lugar seguro.




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