domingo, 26 de septiembre de 2021

Sombras en una batalla




  No es la primera vez ni será sin duda la última. La obra inmensa de un autor queda de alguna manera eclipsada tras la pieza más codiciada de su producción, aquella que levanta los aplausos unánimes y que inevitablemente va asociada a su nombre. El fallecimiento de Mario Camus ha llenado las páginas de la prensa de elogios bien fundados a este cineasta singular, pero sobre todo ha concentrado la atención sobre la que es sin duda su obra cumbre, Los santos inocentes, posiblemente también la más premiada y la de más proyección internacional. Nada que añadir desde aquí a todo cuanto se ha dicho ya, Los santos inocentes es una película que condensa las grandes virtudes de Mario Camus: adaptación literaria, poder narrativo, dirección de actores, puesta en escena…


  Se ha hablado estos días del gran talento de Mario Camus para adaptar a la pantalla la gran literatura. Los santos inocentes como ya hemos dicho, pero también Fortunata y Jacinta para televisión cuando no existía la nefasta inflación de series de ahora, y sobre todo La colmena, obra coral por excelencia y una película que debería ser estudiada en toda cátedra de cinematografía. También otras que ahora me dejo en el tintero.


  Desde mi punto de vista la verdadera seña de identidad de Mario Camus era su poder narrativo. Cualquier historia en sus manos alcanzaba el modelo narrativo adecuado, y este podía cambiar de una película a otra. Cuando he sabido de su fallecimiento la obra que a mí me ha venido a la memoria no ha sido la de su traducción al cine de la obra de Delibes, sino otra obra muy diferente y que, a mi modesto entender, define mucho mejor su gran talento narrativo: Sombras en una batalla.


  A partir de muy pocos elementos, escasos diálogos y unas miradas que dicen más que cualquier discurso, Mario Camus demuestra hasta qué punto es un maestro en el arte de la elipsis, de contar una historia sin recurrir necesariamente a la palabra ni al diálogo, de obligar al espectador a deducir porque no se le va a dar todo masticado, pero sobre todo es un maestro en el manejo de lo más difícil, la tensión.


  En Sombras en una batalla no existe ninguna mención a ETA, ni a los GAL, pero están presentes desde el principio mismo de la película, desde esa dedicatoria a Eduardo, que no es otro que Pertur, que aparecerá después en una fotografía en el salón de la protagonista. Detalles que no es necesario conocer para seguir una trama que nos demostrará lo difícil de la reinserción cuando se ha estado en el infierno y este te persigue allá donde vayas. El espectador no va a recibir ningún adelanto de la historia, y tendrá que construirla por sí mismo conforme vaya avanzando la película. 


  En la hora de la proliferación de series de ficción sin sentido, volver a ver Sombras en una batalla no es solo una bocanada de aire fresco, es también una forma de volver a elevar el listón de lo que debe ser una obra cinematográfica. Cuando vamos al cine, o nos sentamos en el sofá, esperamos siempre ver una historia que nos atraiga y nos cautive. En el caso de Mario Camus esto se da por hecho, lo que él añade es una capacidad narrativa única y que no se imita a sí misma película tras película. Apoyada en una banda sonora de Sebastián Mariné, que se convierte en uno de los elementos narrativos importantes de la película, los protagonistas Carmen Maura y Fernando Valverde se alejan de sus registros habituales y nos demuestran su enorme talento para condensar el drama en un solo gesto, en una mirada. 


  Ignoro donde se puede ver ahora Sombras en una batalla, yo tengo un disco duro donde grabo todo lo que me interesa y que pasa gratuitamente por los canales abiertos. Es así como he podido volver a verla y recordar aquél lejano día de 1993 cuando la vi en un cine de Madrid, y salí con el cuerpo desencajado y la mente ocupada para varias horas, que es lo que tiene que hacer el cine de verdad (y la literatura, y la pintura, y la música…).


  Y acabo con lo más obvio: solo hay dos formas posibles de aproximarse a Sombras en una batalla. Una es por supuesto la sala de cine. La otra es en casa, desconectando el móvil, apagando las luces y dejándose llevar por la narración del maestro Mario Camus. 



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