lunes, 11 de noviembre de 2019

El gueto interior


  Me puso sobre la pista una entrevista de Marc Bassets publicada en El País. Santiago H. Amigorena estaba en la lista de los finalistas al mayor premio literario francés, el Goncourt, por Le Ghetto intérieur, omito la traducción innecesaria del título de la novela que será pronto publicada en su traducción española y catalana, y la entrevista activó mis pupilas gustativas hacia un autor del que poco conocía. El relato es tan sencillo como terrible, es la historia de Vicente Rosenberg, un judío polaco que emigrará en 1928 a Argentina, donde se hará argentino, adoptará el idioma que sumará al yiddish y al polaco, se casará y tendrá dos hijas y un hijo en el momento en que le llegarán las primeras noticias del gueto de Varsovia donde ha sido confinada su madre y familiares. Hasta entonces recibía cartas de su madre que rara vez contestaba, a partir de ese momento comenzará un periodo en el que a la ansiedad por tener noticias se le sumará la culpa por no haber sido más insistente y haber hecho venir a su madre a Argentina cuando habían empezado los primeros progromos en los años 1930. Vicente se encerrará en un silencio que le llevará a un intento de suicidio, un silencio que acabará de alguna manera heredando el autor, nieto de Vicente, y narrador aquí de una historia tan real como las cartas de la madre de Vicente que reproduce la novela.




  Amigorena refleja sabiamente la angustia de su personaje cuando guarda silencio y cae en una espiral que le lleva al pozo más profundo de la miseria humana; el silencio desde el que se preguntará continuamente si hizo todo cuanto pudo para sacar a su madre de todo lo que habría de venir después, de cuando la violencia ya existía pero nadie sospechaba que acabaría convirtiéndose en la mayor maquinaria industrial de destrucción humana.

  Termino de leer el libro en el momento en que los resultados de las elecciones en España despiertan todas mis alertas. Un partido xenófobo, que propone criminalizar al extranjero, quitarle derechos, prohibir partidos políticos es votado por más de tres millones y medio de votantes, y en la noche electoral los fanáticos seguidores gritan “a por ellos a por ellos”. Me pregunto si existe alguna diferencia entre estos bárbaros y el partido nazi en 1933 y solo encuentro que los energúmenos ibéricos no visten camisas pardas. El lector es libre de pensar que mis pensamientos son infundados y exagerados, pero hasta en eso se repite la historia, nadie, o casi nadie, vio ni quiso ver venir el desastre que se estaba anunciando desde antes de 1939.

  Las alarmas están sonando por todas partes, aquí lo describe alguien mucho mejor que yo. Ahora nos toca reaccionar a los ciudadanos, contestar cada barbaridad una y otra vez con la fuerza de la razón, con argumentos, sin dejarnos achantar, sin dejarnos amilanar y, sobre todo, sin callarnos. Así sea en una conversación de café con conocidos como en una comida de trabajo. El odio al otro, el “a por ellos”, no deben tener cabida y hay que hacerles frente con nuestras armas, las de la razón. 


  En medio de todo esto, la única nota positiva que hoy he sido capaz de encontrar ha sido al encender la radio y escuchar esta música de Bach, a quien siempre hay que acudir en tiempos turbulentos como estos.  





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