jueves, 9 de abril de 2020
Matthäus-Passion
Capítulo 1
“Yo canto también en otro coro, si te apetece escucharnos la semana que viene hacemos la Pasión según san Mateo”. Fue mi amigo Frits quien se dirigió a mi de esta manera y así me ayudó a abrir una puerta que seguramente no hubiera traspasado yo solo en este particular viaje que es acercarse a la obra musical más monumental que se haya compuesto nunca en Occidente.
Habían pasado ya unos cuantos años desde aquella tarde invernal madrileña en que, durante una conversación musical, yo mostrara mi desconocimiento de la Pasión y alguien muy querido me dijera: “empieza por aquí, yo la llamo el aria de la Pasión”. Me llevó tiempo meterle mano a obra tan enorme y descubrir que este aria no es otra cosa que el lamento del apóstol Pedro después de haber negado a Jesús por tercera vez antes de cantar el gallo.
Desde aquél día fui escuchando la Pasión sin ningún tipo de orden, las arias, los corales, unas cosas me gustaban inmediatamente, otras las dejaba para otro rato. Hasta que un día en el coro donde cantaba recibimos un encargo muy español: montar en tres meses la Pasión y dar un concierto. Nos lanzamos, y cuando habíamos hecho una primera lectura de la obra el concierto fue anulado y a mí me quedó la frustración por una oportunidad perdida y la curiosidad por una obra de la que me empezaba a dar cuenta que nunca llegaría a conocer del todo, tan inmensa es.
Pasó el tiempo, me marché a Holanda, y la casualidad quiso que en mi primera visita a Amsterdam me encontrase, sin esperarlo, en la puerta del Concertgebouw, un domingo de Ramos, con la Pasión en el cartel dirigida por Ton Koopman, y yo cambiando de planes, dejando Rembrandt para otro día y aprovechando que la fortuna me puso, junto al cartel de “no hay billetes” a un señor que tenía un imprevisto y vendía a saldo sus dos entradas. Si algún día alguien me ve pesimista, que me recuerde que siempre he sido un tío con suerte.
Di muchas vueltas corales en Holanda hasta que encontré un coro donde pasé unos años muy buenos. Una vez caí en una cena junto a Frits y acabamos hablando de nuestras educaciones respectivas, él en una familia protestante y yo en una familia católica, alejados los dos por los años y por la vida de muchos de los dogmas recibidos. En algún momento le debí mencionar mi pasión por Bach, lo que había aprendido de un par cantatas que habíamos hecho juntos, el abismo cultural que sentía al acercarse a esta música, y su respuesta vino apenas unas semanas después con lo que dije al principio. Fui a su concierto y aquello que viví me ha marcado por mucho tiempo; era una iglesia protestante, donde el público rodeábamos literalmente a los músicos y nosotros estábamos en uno de los balcones desde donde disfrutábamos de la mejor posición posible. Evangelista en el púlpito, como corresponde, solistas de muy buen nivel, coro amateur pero muy bien preparado y una buena orquesta. La Pasión da para mucho, son casi tres horas, y da para mirar a la cara prácticamente de cada uno de los músicos de las dos orquestas que intervienen; en una de esas vi a nuestro médico de familia tocando el violín en la primera orquesta… No salí de mi asombro y al final del concierto tuve que ir a saludarla, y nos explicó que la orquesta, para mi sorpresa, era también amateur, que había médicos, profesores, incluso un bombero creo recordar. Frits me lo confirmó después, en una cena a la que nos invitó junto a sus familiares, y nos contó también la anécdota del director, que con más de 80 años y un brazo en cabestrillo a cuestas, se había negado a ser reemplazado.
Aquella noche yo supe dos cosas, que había vivido un momento único y que yo no quería morirme sin cantar algún día la Pasión. Aunque no pude cantarla en Holanda, no me equivoqué en ninguna de las dos cosas.
Capítulo 2
Varios años y varios coros después yo estaba bien instalado en Toulouse, así en lo laboral como en lo musical. Era la primera vez que hacíamos en el coro una concentración para comenzar la temporada. Una de las sopranos vivía cerca de Bayona, en pleno campo y con unas vistas fantásticas al lado norte de Roncesvalles y pasamos allí un fin de semana trabajando y dando algún concierto con el que poder pagar parte de nuestros gastos. Siendo un coro de veintitantas voces y con un repertorio enteramente a capella, la directora nos avisó que tenía algo importante que consultarnos. Había recibido la propuesta de sumarse a un grupo barroco para hacer la Pasión en un concierto en la Halle aux Grains, la gran sala de conciertos en Toulouse… Me guardé la baza de hablar al final y explicar con detalles por qué tenía una espina clavada y que era la gran ilusión de mi vida. Trabajamos duro durante todo el curso, por un lado no dejamos de lado nuestro repertorio a capella, por otro estudiar la Pasión te lleva y te arrastra hasta el punto de dejar otras muchas cosas para pasar horas delante del piano e intentar comprender cada modulación, cada detalle de una obra tan inmensa e inabarcable. Llegaron las fechas clave, los ensayos primero con el otro coro, luego ya con orquesta, la emoción y la energía en el grupo crecían. Por entonces ocurrió que me llegaban malas noticias de Madrid, alguien muy querido por mí y que ha significado (significa todavía) mucho en mi vida se estaba agotando. Lo sabíamos desde hacía meses, ella resistía como podía pero cuando hablábamos ya me decía con voz serena que deseaba terminar, que el agotamiento ya no la dejaba vivir. Llegó el día del concierto y algo me hizo presentir que tenía que cantar para ella porque ya no tendría ocasión de hablarle más. Al llegar al aria Erbarme dich, el “aria de la Pasión”, la contralto cantó divinamente, a mí se me saltaron las lágrimas en pleno concierto, algo que no me ha ocurrido nunca, y tuve que cantar el coral que seguía de memoria porque no podía leer la partitura. El concierto fue un éxito, fue un trabajo bien hecho, el público fue generoso en el aplauso y, una vez fuera de la escena, yo me calmé cuando pude ver que no tenía ningún mensaje en el móvil. Por la noche llamé a Madrid y ella me respondió con esa cabeza bien amueblada que nunca le dejó; solo entonces pude darle las gracias por aquella remota tarde de frío en Madrid en la que ella me aventuró a escuchar la Pasión; una semana después ella cerró los ojos y su voz para siempre.
Epílogo
Es tiempo de Semana Santa y para mí significa tiempo de sentarme, partitura y traducción en mano, y escuchar de una tacada la Pasión según san Mateo, de Bach, la Matthäus Passion como a mí me gusta llamarla. Irán cayendo recuerdos desde aquella primera vez estudiándola en Madrid, de conciertos en Holanda, de la única vez que he podido cantarla, ya en Toulouse, y al llegar al aria Erbarme dich es posible que se me nublen los ojos, pero seguiré hasta el final.
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