Estábamos cómodamente sentados esperando un plato de arroz que habíamos pedido cuando entró en el restaurante y, como una bala, casco de moto bajo el brazo, se dirigía a su mesa del fondo cuando, para mi sorpresa interrumpió su camino al verme y me saludó, me contó que venía del Instituto Cervantes, atravesando París a toda velocidad en su moto para adelantarse a todos los que vendrían después. En aquél momento pensé que simplemente había visto una cara que creía conocer de algo y me saludó con la juventud de sus setenta años llenos de tatuajes sujetando ese casco de moto.
Todo había empezado un año antes, cuando decidimos pasar un largo fin de semana en París lleno de teatro, conciertos, museos… Vivíamos entonces en Holanda, y un viaje a París eran poco más de dos horas en tren, pero no lo habíamos aprovechado hasta entonces. En unos días de septiembre donde todo acompañaba al paseo, nos dirigimos una tarde a la Librairie Espagnole, que fundara en su día Antonio Soriano, lugar mítico del exilio y de tantos intelectuales, donde entre otros libros encontré una entrevista que Ramón Chao le había hecho a Alejo Carpentier. Yo solo conocía a Ramón Chao de sus artículos en Le monde diplomatique y, buen amante de las novelas de Carpentier en las que andaba entonces enfrascado, aquello me pareció poco menos que un mensaje del destino. Salimos contentos y, hora casi de la cena en Francia, nos dirigimos a un restaurante que llevaba un español y del que teníamos una referencia literaria ligada a Vázquez Montalbán que nos hacía pensar que la tarde podía salir redonda… y salió. Era un local pequeño y alargado, aparte un señor solitario en una mesa del fondo, aquello estaba todavía vacío y nos atendieron muy bien; un camarero colombiano nos acogió como si aquello fuera nuestra casa, nos explicó poco menos que toda la saga familiar de cocineros, perdón, restauradores, que venían de Cuenca, nos animó a que pidiéramos uno de los arroces de la carta y no paró de traernos cosas para probar mientras esperábamos el arroz. El restaurante y sus arroces como único reclamo de la carta dan para otra entrada, ahora continuaré el relato diciendo que todo iba de maravilla menos una cosa: la música; no paraba de sonar Lola Flores o algo de ese estilo que, sinceramente, por mucho que nuestro camarero parecía un personaje de una película de Almodóvar, para mis oídos eso estaba fuera de lugar. Misteriosamente y sin haber dicho nada, la música cambió y aquello a mí me sonaba a algo que estaba empezando a pegar fuerte entonces; viendo probablemente mi sorpresa en la cara, el camarero vino y me pidió perdón por haber cambiado la música pero es que quería poner a Manu Chao porque estaba su padre allí cenando en el restaurante. Dicho y hecho, saqué el libro de la bolsa y me dirigí al señor que estaba al fondo, que yo no había reconocido al entrar y que no era otro que Ramón Chao. Fue muy amable, me dedicó tiempo y curiosidad, tanto que al final tuvo que decírmelo: “querrás por lo menos que te firme el libro”. Me pidió que le escribiera y que le contara lo que me parecía, algo que me pareció pura cortesía, diciéndome que le escribiera al restaurante que era como su casa, tanto que él estaba cenando un plato de cuchara que no venía en la carta.
Esto que cuento sucedió en 2002, el ya desaparecido restaurante el Fogón todavía estaba en su primer emplazamiento en pleno barrio de St Michel y aún no tenía la estrella Michelin que ostentó años más tarde. Después de esta anécdota tuvimos algunos años más en Holanda, nos marchamos a finales de 2005 y a los muy pocos meses de llegar a Toulouse, abril o mayo de 2006, me dirigí a una conferencia en el Instituto Cervantes de Toulouse. Una profesora de la Universidad de Toulouse daba una conferencia sobre la obra literaria de Ramón Chao y sus referencias al Quijote; lo que empezó como conferencia se convirtió en mesa redonda porque allí participaban Ignacio Ramonet, entonces director de “le diplo” y el propio Ramón Chao. Divertidísimas anécdotas de Chao iluminaron completamente la velada, y al final me dirigí a él intentando explicarle de qué le conocía, cuando me interrumpió sin dejarme hablar: “qué haces aquí, leíste el libro o no? Y te gustó?” Genio y figura.
Yo se que es cruel cargar a los hijos con lo que hicieron o fueron los padres, pero soy incapaz de escuchar algo de Manu Chao, o que alguien me cuente algo que ha hecho con él, una anécdota de haberlo encontrado en un bar en Barcelona o lo que sea, sin poder recordar a Ramón y los breves encuentros que tuve con él. Ahora Manu está de actualidad porque publica canciones con las que poner una sonrisa a este confinamiento. Bienvenidas sean y ojalá que Manu Chao siga siendo tan fiel a sí mismo como hasta ahora.
El blog de Ramón Chao está todavía disponible aquí y hay muchas cosas que él escribió muy sabrosas. No dejéis de leerle.
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