domingo, 31 de mayo de 2020

Himnos


A Izaskun y Edurne, sin ellas nunca hubiera cantado como canto Txoria txori.


  Si hay un asunto delicado para hacer humor ese es, después de las banderas, el de los himnos nacionales, que siempre hay que escuchar con algo de solemnidad y cara de circunstancias, aunque alguna vez esas circunstancias sean de tipo “hay que ver donde me he metido”. Traigo aquí unos cuantos ejemplos de músicas que son himnos, no necesariamente himnos nacionales, pero que responden a lo que debe ser un himno: popular, conocido, que representa algo y que reúne más de lo que separa. Aviso para culos inquietos, con falta de tiempo o incapaces de saborear con calma las cosas buenas de la vida: lo mejor de esta entrada está al final y nadie está obligado a leerlo (y escucharlo) todo.


  El primer himno que traigo ni lo presento, tiene una pequeña introducción orquestal poco conocida, apenas poco más de un minuto y medio, lo justo para crear un poco de suspense y entrar a toda caña a partir del minuto 1’43 con la parte más conocida, y que levante la mano el que no lo haya oído nunca, no futboleros incluidos. Después ya viene una fuga típica haendeliana que tendría que ser de escucha obligada todas las mañanas: levanta el ánimo al más pintado, disminuiría la consumición de cafeína y otros excitantes, mejoraría la salud de la población y, sobre todo, el personal podría empezar el día con mejor ánimo, algún político hasta puede que dejase por el camino de soltar insultos y rebuznos.





  Ignoro cómo esta música escrita para gloria de un rey británico ha acabado siendo un himno (o una sintonía si lo preferís) de una competición de fútbol, pero tiene su coña el asunto y de todos modos George II ya hace mucho que no está y a él no le va a importar lo que hagamos con una música tan excelsa. 


  Y ya que estamos con cosas de fútbol, sin duda el himno más conocido es el que viene ahora. Ya he dicho muchas veces que si hay algo que me emociona es cuando en un concierto el público se pone a cantar con los músicos en escena, esa comunión de la que a veces puede surgir lo que los flamencos llaman el duende. Cuantas veces lo haya dicho os aseguro que no me refería a esto de aquí, aunque tengo que reconocer que a mí me gusta escuchar a todos estos hinchas animando así a su equipo antes de empezar el partido. Si yo fuera del equipo contrario creo que saldría al campo con las piernas temblando, como ya le ha pasado a más de un equipo, los del Barça saben de qué hablo.




  Pero en las islas británicas también saben cantar de verdad cuando se reúnen en gran número. Uno de los festivales de música más importante que se celebra en verano es sin duda el de los Proms que organiza la BBC, más de un mes de conciertos diarios en el londinense Royal Albert Hall, grandísimos intérpretes y precios populares para unos conciertos algo atípicos que finalizan a primeros de septiembre con una auténtica fiesta musical donde el público gamberrea como en ningún otro concierto de música clásica. Aquí hay dos himnos unidos y cantados por todo el público, el primero es Jerusalem, con letra de William Blake, y enseguida el God Save The Queen que empieza el coro a capella y que yo, sin tener nada de británico, me emociono cuando lo escucho así, que le voy a hacer. Fuera del Royal Albert Hall, una multitud sigue el concierto en vivo, y también desde Manchester, Belfast, Endimburgo… tiene su encanto algo así, aunque tenga su polvo de nacionalismo, pero no se puede tener todo en la vida.




  Y ahora pasamos realmente a las cosas importantes, caviar y champagne “a volonté”, porque en cuestión de himnos y coros a capella, este es imbatible, uno de los mejores coros del planeta y la magia de su directora Grete Pedersen, musicalidad pura, un fraseo y legato al alcance de muy pocos en esta interpretación del himno noruego. Si alguno estaba pensando en irse de su país… bueno, dejadlo, igual está un poco lejos. Nota para algún escéptico de este tipo de música, en especial mi querido Pepín: entre otras cosas el texto habla de la mujer luchando junto al hombre para defender la tierra en términos bastante heroicos. Es Noruega.




  Y termino con el que más me emociona. Es una canción de Mikel Laboa de 1968, Txoria txori, sobre un poema de Josean Artze escrito en 1957. El texto no puede ser más bello ni más sencillo:

“si le hubiera cortado las alas
 hubiera sido mío,
no se me hubiera escapado.

Pero así, 
hubiera dejado de ser pájaro, 
y yo lo que amaba era al pájaro”

  La canción es muy hermosa y, con este texto y, por razones fáciles de comprender, se hizo muy popular y sobre todo reivindicativa. Años después el compositor Javier Busto hizo un arreglo para coro a capella que re-tituló Nerea Izango zen y ahora es caballo de batalla de cuantos cantamos en coros y un verdadero himno que ha pasado ya por varias generaciones y se ha extendido más allá de las fronteras. La primera vez que escuché esta canción fue en Holanda, cantada por un coro de Madrid que dirigía un donostiarra; en un momento dado los cantantes cerraron las carpetas de las partituras y cantaron de memoria esta canción con una fuerza enorme pero, cosas de la vida, calaron, algo imperdonable en el canto coral; una buena amiga holandesa, gran cantante, se preguntaba al final del concierto cómo es posible que le hubiera emocionado si el coro estaba bajando, y esa es la fuerza de esta canción.

 En octubre de 2018 yo acompañaba en una gira por el país vasco al coro francés Mikrokosmos, una joya vocal que enciende al público allá por donde va y que necesitaban ayuda de traducción y esas cosas durante unos días. En un concierto en San Sebastián cantaron de propina Nerea izango zen y el público, como no podía ser de otra manera, cantó con ellos; el director comprendió rápidamente lo que estaba pasando y dirigió a todo el mundo; fue un momento inolvidable, yo estaba entre el público y quienes estaban junto a mí, sabiendo que estaba con el coro, me abrazaban. Al verano siguiente este coro celebraba un aniversario al que asistieron todos los antiguos cantantes y al que tuve el privilegio de ser invitado. Fue un fin de semana lleno de música coral, de intercambios… por la noche hubo sorpresas, teatro, improvisaciones musicales y más canto coral, donde no faltó Nerea izango zen por sugerencia del director, Loïc Pierre. Al día siguiente, cuando quedábamos pocos y se apagaba el fuego de un fin de semana absolutamente increíble y que ha dejado huella en muchos de los que asistimos (cantar de noche, a oscuras, en un bosque...), Loïc contaba la anécdota del concierto de Donostia, cómo mientras dirigía al coro empezó a sentir una fuerza que venía de sus espaldas, del lado de la audiencia, un momento de extraordinaria comunión con el público que él guarda en su memoria como uno de sus tesoros más emocionantes.

  Quien quiera escuchar a Mikrokosmos cantando Nerea izango zen lo encontrará aquí, Certamen de Tolosa de 2015, cuando se llevaron todos los premios posibles y yo tuve la suerte de vivirlo con ellos. Pero he preferido poner una versión que he encontrado por casualidad; ignoro cual es el evento, es seguro el final de un concierto al que se han sumado muchos más para la propina, pero entre los cantantes están muchos amigos, cantantes, directores y compositores, a los que he conocido siempre en medio de la música coral. A la dirección… Javi Busto.



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