sábado, 23 de mayo de 2020

Ser Español



  1. En Marzo de 1998 yo me marchaba de España y comenzaba una nueva vida laboral en Holanda. Harto de un bigotudo, cizañero y resentido Presidente, viajaba con la maleta llena de ilusiones. En lo profesional la decisión había sido muy fácil, pues marchaba al mejor destino posible en mi profesión; en lo personal simplemente quería respirar algo diferente a lo que entonces era para mí el aire viciado de un país que me parecía demasiado pequeño y provinciano. La frontera que crucé ese 14 de marzo fue, hasta hoy, sin retorno: en lo profesional comprendí rápidamente que debía levantarme cada mañana dispuesto a disfrutar del mejor y más enriquecedor entorno de trabajo que nunca he tenido; en lo personal me he acostado cada noche confirmando que la decisión que tomé entonces fue correcta.
  1. La mejor forma que había de ver la televisión entonces en Holanda era el cable. Pagabas una pequeña cuota al mes y recibías una treintena de canales holandeses e internacionales que incluían TVE internacional. Al poco este canal desapareció del paquete de emisiones, al menos en la ciudad en la que vivía, y cuando pregunté recibí una respuesta muy holandesa: en cada ciudad la decisión de los canales distribuidos era del ayuntamiento correspondiente; en el caso del que hablo la decisión de suprimir se debió a que TVE retransmitía corridas de toros y además en horarios considerados infantiles. Nada que reprocharles por mi parte, pero desde ese día me fijé que cuando llegaban los meses de abril y mayo, muchos días la portada de El País traía fotos de corridas; esos días yo lo plegaba hacia dentro ocultando la foto. Años después participé en un intercambio entre un coro madrileño y un coro holandés; una amiga del coro holandés vino, meses antes del viaje, a decirme que no iría a Madrid porque no quería visitar un país donde había corridas; le expliqué que yo mismo participaba de su rechazo, pero no la convencí. Dos años después, en marzo de 2004, fue la primera que vino a interesarse por los atentados de Madrid y por lo que estaba pasando.
  1. Creo que fue en la primavera de 2003 cuando se sucedieron por todas partes manifestaciones pidiendo parar una guerra con la que nadie parecía estar de acuerdo en todo el planeta, salvo los fabricantes de armas y los líderes de cuatro países entre los que se encontraba el todavía bigotudo, pero mucho más cizañero y resentido Presidente del que hablaba antes. Yo me manifesté en Amsterdam, y recuerdo una pancarta que decía “Guernika 1937, Dresde 1945, Hiroshima 1945, stop Bagdad 2003” o algo así. Cerca de donde estábamos encontramos alguna bandera republicana española. No encontramos ninguna bandera actual, ni mucho menos de las del aguilucho. Para entonces nuestro inefable bigotudo nos había metido en el grupo de “anti-españoles”, “afrancesados” y otras perlas por el estilo.
  1. A finales de 2005 mi destino de trabajo me trajo a Toulouse y aquí sigo. En abril la ciudad se llenó de carteles rojo-amarillo-violetas anunciando un festival para celebrar el 75 aniversario de la declaración de la II República Española. Fue en el Capitole, frente a la enorme y monumental fachada del Ayuntamiento, donde lucieron por todos lados cuatro banderas: europea, francesa, española actual y la de la II República. En una plaza llena de exiliados, descendientes y simpatizantes, fue emocionante cuando tantas cabezas canas y despobladas se levantaron, todos a una, al sonar el himno de Riego. Tiempo después supe, por boca de uno de los organizadores, que hubo un pleno especial en el Ayuntamiento de Toulouse porque el Rey de España, a través del Consulado, ejercía presión para que no se celebrara tal evento; tuvo que ser el alcalde en persona, el señor Moudenc, hombre de derechas, el que declinó la balanza a favor de homenajear a la II República Española y a cuantos habían recalado en Toulouse. Cuantos allí nos manifestamos seguramente responderíamos a lo que muchos compatriotas califican de anti-españoles y otras perlas.
  1. Manifestaciones en España con banderas rojigualdas para todos los gustos, con y sin aguilucho. Leo declaraciones en la prensa de gente que dice que “ama a España”, y lo dice envolviéndose en la bandera como argumento irrebatible. Y yo vuelvo a preguntarme que será eso de amar a España. Yo sé lo que es amar a una mujer, sé lo que es amar a una hija, a un hermano, sé incluso lo que es mirar con lascivia a la vecina que cruza la calle, pero no se cómo se puede amar una bandera o un país. Igual se van con ellos a la cama a gozar, porque hay incluso quien escribe que su hijo viaja por el mundo llevando siempre una bandera en la maleta; yo soy más parco de equipaje, con la portada de mi pasaporte y con este acento que tengo hablando en otros idiomas me basta para demostrar de donde son mis orígenes.
  1. Ser español. Esa es la cuestión, qué es ser español, porque se vuelven a repartir certificados. En mi caso ser español es un mero accidente geográfico, porque es una de las pocas cosas de mi vida sobre las que no he podido decidir ni mucho ni poco, ni decidí nacer en España ni tampoco que el castellano con un fuerte acento del sur fuera mi lengua materna. Ser español para mí, hoy, no es una cosa de colores en una bandera, es un mero trámite burocrático que me dice en qué lugar tengo que renovar mi pasaporte la próxima vez. Si solicitase la nacionalidad francesa, cosa que podría hacer, simplemente cambiaría la oficina, y que en la próxima Eurocopa de fútbol gane el mejor.

  1. Decía al principio que en 1998 me parecía que España era un país provinciano y pequeño. Hoy me parece además un país ruidoso, pero no del ruido de un bar cuando está lleno de gente, sino del ruido que te anula y no te deja pensar incluso cuando hay silencio. Tan escandaloso es el ruido que ha llegado hasta este rincón en el que me refugio y me he puesto a escribir sobre ello, cuando yo lo que quería era hablar de una de las grandes obras corales  del siglo XX, pero lo tendré que hacer otro día si es que el ruido amaina.

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