La elegancia en la forma de vestir, la elegancia por su presencia escénica y, sobre todo, la elegancia de su voz declamando y cantando lieder de Schubert y Brahms. Así se presentó en el Auditorio de Madrid quien nos acaba de dejar en este mundo un poco más desconsolados, Christa Ludwig, que acaba de fallecer cerca de Viena, a sus 93 años. Hay que ser muy grande para crear una atmósfera y cautivar a toda una sala de casi 2000 personas con solo tu voz y un acompañamiento de piano; cuando ya acabó el programa, consciente de que la sala había privado de algo a quienes estaban en la parte de atrás de la escena, se volvió, se acercó y, casi como un susurro y cantando al oído, regaló la Canción de cuna de Brahms. Hoy más de uno está casi como si hubiera perdido a su madre.
Maestra en seleccionar el repertorio que mejor se adaptaba a sus cuerdas vocales, dejo aquí la más triste y más desconsolada despedida que escribiera Gustav Mahler, la sexta y última parte de La canción de la Tierra, una extensa canción que en la voz de Ludwig nos deja el sabor de lo eterno con el que terminará… ewig… ewig…
DER ABSCHIED - LA DESPEDIDA
El sol desaparece tras las montañas.
En todos los valles cae la noche
con sus sombras llenas de frescor.
¡Oh, mirad! Como una barca de plata se balancea
la luna en el mar azul del cielo.
¡Noto el soplo de una delicada brisa
detrás de los oscuros pinos!
El arroyo canta armoniosamente a través de la oscuridad;
las flores palidecen a la luz crepuscular.
La Tierra respira llena de paz y sueño;
todo deseo quiere ahora soñar.
Las gentes cansadas regresan a casa
para volver a aprender durante el sueño
la felicidad y juventud olvidadas.
Los pájaros silenciosos se acurrucan en las ramas.
¡El mundo se duerme!
Sopla un viento frío a la sombra de mis pinos;
estoy aquí y espero a mi amigo;
viene a mí como me prometió.
Deseo, oh amigo, a tu lado
gozar de la belleza de esta noche.
¿Dónde estás? ¡Me dejas mucho tiempo solo!
Voy de un lado a otro con mi laúd
por los caminos llenos de blanda hierba.
¡Oh, si tú vinieras! ¡Oh, si tú vinieras, inconstante amigo!
Él bajó del caballo y le tendió la copa
del adiós. Le preguntó dónde iba
y también por qué tenía que ser así.
Habló, su voz estaba velada:
¡Amigo mío,
en este mundo la dicha no me fue propicia!
¿Dónde voy? Voy, camino por las montañas.
Busco paz para mi solitario corazón.
¡Camino hacia la patria! ¡A mi morada!
Nunca más recorreré el mundo.
Mi corazón está tranquilo y espera su hora.
¡La amada Tierra por todas partes
florece en primavera y reverdece de nuevo!
¡Por todas partes y eternamente se ilumina de azules en lontananza!
Eternamente… eternamente…
Traducción: Fernando Pérez Cárceles
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