Dos noticias recientes han despertado de mi memoria pensamientos que me rodean cada vez que leo en la prensa una crítica de cine o de música. Creo que cualquiera que tenga afición por las artes en general y que tenga la misma costumbre que yo de leer críticas con ganas de informarse reconocerá lo que aquí voy a contar, y puede que compartan en algo la opinión que doy de los críticos y del trabajo de la crítica en general.
La primera de las noticias ha ocupado parte importante de las portadas francesas, pero también ha sido noticia en las páginas culturales de algún periódico español: la Academia Francesa (se llama así, sin más, sin referencia a la lengua, ya sabe todo el mundo a qué se dedica) acaba de nombrar secretario perpetuo a Amin Maalouf, escritor francés de origen libanés. A mí me gusta leer estas noticias y comparar por ejemplo el espacio y la atención que se da en Francia a esta elección, que en el caso español no es comparable más que con la elección de algún cardenal, puesto que del director de la RAE y de su trabajo no hay prácticamente noticia en las secciones culturales. El caso de la elección de Amin Maalouf ha ocupado mi atención además porque es uno de los escritores a los que empecé a leer en español pero que luego he seguido leyendo (y releyendo) en francés. Su elección me ha alegrado a la vez que me ha traído el recuerdo de una crítica musical de Adriana Mater, una ópera de Kaija Sahariao, la compositora finlandesa fallecida el junio pasado. No recuerdo el nombre del crítico y dudo que guarde el artículo, pero sí recuerdo el desdén con el que se refería al autor del libreto de la ópera, diciendo algo así como que la música merecía algo mejor que el texto de un escritor mediocre como Amin Maalouf. Como no siempre sigo a pies juntillas lo que dicen los críticos, y como por entonces, año 2006, yo ya tenía formada mi propia opinión de Maalouf, aproveché que publicaron el libreto y lo compré. Me gustó, lo guardo y espero poder encontrarlo en el desorden de biblioteca que tengo, me gustará volver a leerlo, porque los años hacen que cambien los colores de los textos a los que te acercas cada vez que lo haces.
Apenas uno o dos días después de esta noticia publicó El País una crítica de Cerrar los ojos, la última película de Victor Erice, quien recibió un premio en el festival de San Sebastián casi coincidente con el nombramiento de Amin Maalouf. La película había sido estrenada antes en Francia, yo la había podido ver y mi opinión no podía ser más distinta de la del crítico por excelencia, lo que me llevó a una cierta reflexión sobre el trabajo de la crítica cinematográfica, literaria o musical. A mí me parece que este trabajo debe hacerse desde unos pilares completamente opuestos a los que utiliza Carlos Boyero para hacer su trabajo, puesto que él se dedica a contarnos si una película le ha emocionado o le ha hartado o le ha provocado lo que sea, generalmente algo negativo. Desde la modestia del que nunca ha ejercido la crítica como profesión, pero que con mejor o peor acierto se dedica a leer a menudo a los críticos, al menos puedo decir lo que espero de ellos, y no espero más que una opinión en abstracto, o lo más general posible, de lo que han visto, leído o escuchado, no las emociones (negativas en este caso) que han sentido. Por poner un ejemplo fácil: a mí no me gustan las películas de Steven Spielberg, pero si tuviera que hacer la crítica de alguna de ellas no se me ocurrirá poner eso, porque lo importante es contar qué medios ha tenido para contar una historia y cómo los ha utilizado, si el ritmo es trepidante o si es pausado, no si yo tenía ganas de abandonar la sala, algo que solo a mí me importa y no al potencial lector.
Hubo un crítico de danza en la prensa española, y de cuyo nombre no quiero ahora acordarme, que puso a caldo nada menos que a Maurice Béjart a cuenta de una de sus visitas a Madrid en los años 1990; más tarde se dedicó poco menos que a perseguir sistemáticamente el trabajo de Nacho Duato al frente de la Compañía Nacional de Danza, a la que había sacado literalmente del ostracismo en el que se encontraba cuando se hizo cargo. Seguí leyendo a este crítico y con el tiempo comprendí que lo único que le gustaba, y le interesaba, era el ballet clásico y que todo lo demás era poco menos que superfluo para él. Hablo en pasado, pero este crítico sigue escribiendo en alguna revista especializada, y cada vez que le leo me acuerdo de aquello de que el tuerto es el rey en el país de los ciegos.
Me gusta saber quien firma una crítica, llega el caso de leer a veces a alguien sabiendo que si dice tal cosa negativa de una obra, es que merece la pena que yo vaya a verla. Y es por eso por lo que diré que, a veces, el trabajo de los críticos es impagable, pero no dejaré de cogerlo con pinzas, como suele ser el caso de aquellos críticos a los que leo regularmente, pero a los que sigo en lo que dicen reinterpretándolo y adaptándolo a mis gustos y a mi criterio personal. Y acabo con un enlace a una crítica de la última película de Erice, esta vez publicado en CTXT, firmado por Marc García García, que es más una crónica de los cuatro largometrajes de Erice, y que es un ejemplo de lo que yo busco cuando voy a la prensa. Un artículo que puedo poner aquí una vez más gracias a mi amigo Juan, siempre atento con sus recomendaciones.
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