domingo, 3 de marzo de 2019

José Gómez Miguel


    “No te avergüences nunca de tu padre pues siempre he obrado como hombre digno y no he cometido ningún delito por el que su hija se vea obligada a bajar la cabeza ante nadie. Se buena pensando que es el mejor medio de honrar a tu padre y hacerte digna de tu madre… No odies nunca a nadie, pues yo perdono hasta a los que son causa de mi desgracia, a sabiendas de que no lo merezco.” José Gómez Miguel, en carta a su hija Victoria poco antes de morir.


 La fotografía que ilustra este blog no responde seguramente al imaginario que muchos tendrán de un acantilado, está hecha en el municipio cántabro de Ciriego, y la razón de que desde el verano pasado sea la foto que ilustra este blog está contada aquí. Es largo pero no he sabido contarlo con menos palabras.

 Maliaño es una pequeña localidad cercana a Santander atrapada entre autopistas, vías de tren y un aeropuerto poco utilizado. No siempre fue así, en los años 1930 era un pueblito a las afueras de Santander, que contaba con su colegio público, ayuntamiento… Ejercía entonces como maestro en el colegio público José Gómez Miguel, que vivía también allí con su mujer Casilda y su hija Victoria. Allí celebraron con algunos amigos la proclamación de la II República, allí pasó años José Gómez Miguel intentando instruir a sus alumnos… hasta que el Ejército dio el Golpe de Estado del 18 de julio de 1936, ese que algunos imbéciles insisten en llamar Alzamiento.

 Sin filiación política pero convencido republicano, José Gómez pensó que podía ser útil al Gobierno y tomó la que sería su decisión fatal: dejó que esposa e hija salieran en barco de Santander, mientras él se quedaba a cargo de lo que se denominaba “hospital de sangre”. Cuando las tropas Nacionales llegaron, los más avispados ya había puesto tierra de por medio, no así José que pensó, como tantos otros, que no había hecho nada malo ni fuera de la legalidad por lo que no tenía nada que temer, al fin y al cabo era un hombre de bien, un maestro. Craso error, los Nacionales lo apresaron, mal juzgaron y condenaron a muerte por auxilio a la rebelión, como a tantos otros, torciendo la ley, la justicia y todo lo que hubiera que torcer. Un maestro republicano más al botín de quienes subscribían ese indigno “viva la muerte” que todavía hoy resuena entre tanto ignorante y analfabeto. 



 Como no podía ser de otra manera José fue enterrado en una fosa común en Ciruego, cerca también de Santander, donde siguen mal enterrados sus restos. Una más de las tantas fosas identificadas y por identificar, esta se encuentra hoy dentro del cementerio en la parte que llaman cementerio civil, pero que no es difícil imaginar separado entonces por una tapia donde fueron seguramente fusilados; si así fue, el ruido del mar, el mar de la foto, es posible que fuera lo último que escuchase José. 




Por razones que ahora no vienen al caso, tuve la suerte de conocer a Victoria, la hija de José al que él siempre llamó Nenita, que fue la primera persona que me habló libremente de un pasado, o de una parte de un pasado, que yo solo conocía por los libros. Gracias a Nenita pude conocer las penurias por las que tuvo que pasar con su madre, primero huyendo de Santander y llegando cerca de Valencia, donde conocieron la noticia del fusilamiento de José, y donde recibieron la última carta que les escribió unas horas antes de morir de donde he sacado el encabezamiento de esta entrada. De Valencia huyeron más tarde a Francia, donde tuvieron fortuna y no fueron mal acogidas en Clermont Ferrand. De allí decidieron volver a Burgos después de la guerra, de donde eran originarias… y todo se convirtió en una cárcel y una opresión que solo terminó cuando se marcharon definitivamente a Francia en los años 1950.

De la mano de Nenita conocí la represión tan feroz que se organizó en Burgos, donde no hubo guerra, pero si un odio feroz y terrible que dejó muchas víctimas. También me habló de quienes resistieron como pudieron, soportando encierros y palizas con cualquier excusa, conocí a uno de sus amigos que se ocultó durante muchos años hasta que pudo encontrar la forma de escapar a Francia. Me habló de la escuela que pudo montar con su madre, a la que habían prohibido ejercer como maestra nacional, que era su derecho, escuela donde acudieron tantos hijos de represaliados, como aquél alumno que no hacía más que recibir castigos por el delito de ser zurdo y querer utilizar su mano izquierda… De la mano de Casilda y Nenita se convirtió en artista, se marchó a Francia y pudo vivir de su pintura… Hay más ejemplos, no me caben todos aquí, espero que me perdonen por ello.

Nenita se fue apagando, se marchó hace poco más de un año y este último verano quisimos tener un recuerdo hacia ella, nos acercamos al cementerio de Ciriego, donde está la fosa común, ahora dentro del cementerio, juntos el eclesiástico y el civil. Alguna asociación pidió hacer unos monolitos con los nombres de todos los mal enterrados allí e hicimos unas fotos. La fotografía que ilustra ahora este blog está hecha detrás del cementerio y, como he dicho antes, es posible que el ruido de esas olas fuera lo último que escuchase José antes de morir. En su última carta también les decía a Casilda y Nenita: “Tened la seguridad absoluta de que soy inocente hasta la saciedad. No tengo nada de que arrepentirme sino es el no haber huido y confiar en que a quien obraba como yo y tenía una vida honrada le respetarían.” 

Recogimos tierra al pie del monolito, apenas unos puñados que ahora están en el jardín de casa, donde las flores primaverales nos recordarán siempre a Nenita y tantas cosas que aprendí con ella. Una de sus nietas, biznieta de José, y que conoció toda esta historia por boca de su abuela, estaba en este viaje. Ella y los otros nietos de Nenita conocen bien lo que pasó. La vida continúa, el recuerdo y la memoria siguen vivos con ellos.



Dejo para terminar la voz de Nenita a la que pude entrevistar en un programa de radio en 2011, contando como vivieron en su familia el 14 de abril de 1931. 



A José Gómez Miguel, un maestro republicano.


1 comentario:

  1. El nieto de José Gómez Miguel me corrige esta entrada en un punto: José estaba afiliado a la FETE. Pero eso no cambia la brutalidad de los hechos. Hay otro dato sobre el que tiene dudas: es posible que en julio de 1936 ya no fuera maestro en Maliaño sino en Santander.

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