Cuatro amigos se reúnen habitualmente para hacer lo que más les gusta y que les reunió en su juventud cuando estudiaban en el Conservatorio de la ciudad. Con esta sencilla frase podría resumirse el hilo que conduce todo el argumento de Cuarteto, novela de Anna Enquist, que ella sitúa en una ciudad sin nombre a la que es fácil identificar con Amsterdam. Los cuatro integrantes de este cuarteto de cuerda se reúnen por el simple placer de tocar juntos, por el camino les saldrá la oportunidad de tocar el cuarteto de las Disonancias de Mozart en el cumpleaños de un amigo, oportunidad que aprovecaharán.
Si Dumas había creado un trío de mosqueteros que en realidad eran cuatro contando a D’Artagnan, aquí al cuarteto de amigos se suma un quinto protagonista, Reinier, el anciano profesor de violoncello que en el ocaso de sus días sigue aconsejando a Caroline, violonchelista del grupo. Las historias de estos cinco protagonistas se irán cruzando a lo largo de toda la novela, y van a tejer una historia donde no es tan importante lo que pasa como lo que se observa, lo que se siente y la descripción de un tiempo nada amable con todo lo que es humano. Anna Enquist no da muchas pistas sobre los protagonistas, con los que el lector se tendrá que familiarizar como si de un encuentro real se tratase y fuésemos aprendiendo sus historias personales a medida que vamos fraguando una cierta relación. Dicho de otro modo, el narrador no cuenta todo los detalles de cada protagonista sino que obliga al lector a ir deduciendo y sacando sus propias conclusiones. Que los más perezosos se abstengan de esta lectura, parece decirnos la escritora.
En el transcurso de la novela, a través de una descripción de lo cotidiano, Anna Enquist aprovechará para ir describiendo los fallos de una sociedad sin piedad: la ausencia de atención con los mayores que se ahogan en la soledad e impotencia de la debilidad de la edad; las protagonistas femeninas del cuarteto, médico y enfermera, que tienen que enfrentarse a un sistema sanitario cada vez más burocratizado, carente de humanidad y respeto al paciente, y que solo busca la rentabilidad; la corrupción política que gasta el dinero en edificios llamativos que son poco funcionales y a los que se les reducirá el presupuesto cultural para ser vendido a una empresa china… He leído la novela con la atención de quien vivió unos años en Holanda, con un cierto conocimiento de la sociedad holandesa, pero sobre todo con una gran curiosidad, imaginando si el viejo profesor es un transunto de Anner Bijlsma, imaginando si el Centro, que así lo llama la escritora, no será el Ijs Muziekcentrum junto a la Estación Central de trenes de Amsterdam, pero creo que sin necesidad de esas referencias la novela tiene atractivo suficiente para atrapar al lector en los problemas, las dudas y las enormes dificultades a las que se enfrentarán sus protagonistas, nada ajenas a la mayoría de dudas y de dificultades a las que nos enfrentamos diariamente en este rincón del planeta.
En el transcurso de la lectura no pude dejar de imaginar un cierto final abierto dejado a la imaginación del lector, pero este interrumpe de forma brutal al final de la novela, dejando un cierto sabor amargo, no tanto por el final violento que ahora no conviene desvelar, sino porque no venía a cuento con el resto de la novela, donde era posible interesarse por la lucha de cada protagonista por sobrevivir, Reinier a la cabeza y su obsesión por no mostrar su cada vez más evidente incapacidad para vivir solo, por miedo a ser obligado a ingresar en una residencia de ancianos, presentadas en la novela como auténticos mortuorios.
Anna Enquist es escritora de una sólida formación musical, y las referencias musicales durante la novela son abundantes, pero una de ellas predomina sobre el resto; ya la he mencionado, es el llamado cuarteo de las Disonancias de Mozart. Una vez hice la prueba con un amigo y cayó en la trampa; una escucha a ciegas del primer minuto o minuto y medio de este cuarteto nos lleva a algún lugar muy alejado de Mozart, de mucho después, de casi el siglo XX; acabada esta introducción lo que nos queda es puro juego mozartiano del que nunca nos cansaremos. El adagio es literalmente una de esas músicas que uno se llevaría a cualquier parte para escucharla en bucle sin parar.
PS: La página todostuslibros.com me dice que Quatuor existe en castellano editado por Babel, pero iberlibro no me lo ratifica… habré metido la pata hablando de un libro que no está traducido al castellano? Lo siento si es así.
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