sábado, 11 de enero de 2020

Sodoma



“Creo que no hemos sino rozado el asunto. Y que todo lo que cuento en este libro no es sino la primera página de una larga historia por contar. Imagino incluso que me he quedado corto respecto a la realidad. El destape y el relato sin tapujos de ese mundo secreto y aún inexplorado de Sodoma acaba de comenzar”.

  Un trabajo de investigación de cuatro años, durante ese tiempo visitas de una semana todos los meses al Vaticano, residencia incluida, entrevistas a 41 cardenales, 52 obispos, 45 nuncios apostólicos, secretarios de nunciaturias, guardias suizos, más de 200 entrevistas entre curas y seminaristas… tal es el trabajo que Frédéric Martel ha llevado a cabo para poder escribir y publicar Sodoma, un libro que, me parece, no ha tenido la repercusión que merecía en España. 

  El planteamiento es sencillo, una investigación de la homosexualidad dentro de la Iglesia Católica, llegando hasta las más altas esferas, y eso incluye el Vaticano a todos los efectos. Ojo, no confundir, el libro Sodoma no investiga los casos de abusos sexuales, el asunto aquí es específicamente la homosexualidad y la represión que sufren quienes desean vivirla sin por ello tener que renunciar a su vida dentro de la Iglesia. Después de tantas entrevistas y de tanto tiempo de investigación, la conclusión no puede sorprender a nadie, ni siquiera al Papa Francisco: la homosexualidad está incrustada en la Iglesia de la misma manera que el celibato es una imposición absurda e inalcanzable. Frédéric Martel repite varias veces durante el libro lo que para él es la mayor de las conclusiones: cuanto más homófobo se muestra un jerarca eclesiástico, más posibilidades hay de que sea homosexual.

  A lo largo de las muchas entrevistas, Martel va a presentar lo que es un patrón allá por donde va: para un joven homosexual que no pueda, por las razones que sea, “salir del armario” la Iglesia representa (en presente) una solución inmejorable. Sorprende dentro del largo relato (más de 600 páginas) la manera en que, altos cargos del Vaticano, esconden de puertas afuera, pero muestran de puertas adentro, sus claras inclinaciones homosexuales. Capítulo aparte merece el que Martel dedica a investigar los alrededores de la estación Termini en Roma, y cómo curas y seminaristas acuden a buscar acomodo en los prostitutos locales; escenas dignas de una película de Pasolini, o con algo de humor de Fellini, pero es mucho más triste, los prostitutos entrevistados hablan sobre todo de seres humanos necesitados de verdadero amor y de cariño, no necesariamente de sexo.

  Para el lector español merecerá sin duda gran atención el capítulo dedicado a nuestras  esencias patrias, titulado, cómo no, “Rouco”, y la lucha particular que este negro personaje tomó en su momento contra algunas leyes incontestables como el matrimonio homosexual. Martel es bastante claro en cuanto a la curia española: excluido Rouco, sobre el que no tiene informaciones para pronunciarse y al que califica de asexual, la homosexualidad es la norma; repito, la homosexualidad en la alta jerarquía de la Conferencia Episcopal Española es la norma. Martel es discreto, no saca a nadie directamente del armario, pero da suficientes datos para que el lector saque sus propias conclusiones. Las cifras que da en cuanto a niveles más terrenales son elocuentes: uno de cada cinco sacerdotes vive en concubinato con una mujer. Particularmente ilustrativa es la escena de una conversación después de haber participado en una tertulia en la COPE en los días en que se nombraba a un nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española. Todos los periodistas alrededor de Martel se referían a cada uno de los cardenales con adjetivos del tipo “ese que está en el armario todavía” y cosas parecidas.

  Al final queda un regusto amargo y la obvia pregunta: será posible algún cambio? Martel reconoce las dificultades del Papa Francisco para llegar más lejos, pero apuesta claramente por los cambios en la Iglesia.


Desde aquí no nos queda más que desear que algún día la Iglesia renuncie de una vez por todas a lo absurdo del voto de castidad, no debería ser tan difícil, al fin y al cabo hace mucho que renunciaron al de pobreza y no supuso ningún problema para nadie, ni para los curas ni para los ricos.





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