Ya has visitado la ciudad en dos ocasiones anteriores y te fuiste de vacío, no fue posible organizarlo de otra manera. Pero esta vez es diferente, tienes tiempo, tienes libertad para organizarte, y decides ir a primera hora, cuando solo hay algún turista insomne o despistado. Habías visto la reproducción en la plaza, pero no te bastaba, querías ver el original; como sueles hacer, quieres ir sin más información previa, así que no sabes lo que te vas a encontrar, buscas una mirada que haya sido lo menos dirigida posible, buscas descubrir por ti mismo. Y allí estaba yo, por fin, con mi billete de entrada comprado unos días antes, a punto de entrar, giras a la izquierda, después a la derecha y ya estás, y lo que encuentras te deja paralizado: la escultura emerge al fondo de la galería, imponente, imposible no mirarla, quieres ir deprisa y quieres a la vez hacer durar ese momento extraordinario, único, el de la primera vez, sabes que vas hacia allí, el destino de tu búsqueda, cuando de repente surge lo inesperado y te detienes; entonces, y solo entonces, descubres que tienes la fortuna de que esta sea tu primera visita, con todo el tiempo por delante, porque el David que te llama desde el fondo de la Galería, está acompañado por unas figuras prisioneras que luchan por salir de la piedra. Esculturas en piedra viva, sin terminar, emergen como personajes que quieren escapar, acaso correr como tú para acompañar el David. Quiso el artista dejarlas así? Parecen obras inacabadas, pero… no son acaso un preámbulo inesperado e inmejorable del David de Miguel Angel? Acaso la obra pulida es la única acabada?
En una visita a la tumba de los Medicis, acompañado por uno de sus amigos, que comentaba que las esculturas estaban tan llenas de vida que parecían querer despertar, Miguel Angel contestó “es mejor dormir en una piedra, que vivir en una época llena de deshonra y de traición; entonces, amigo, no me despertéis”. Así parecieran descansar esos prisioneros que nunca llegaron a la tumba del papa Julio II.
Volvieron todos estos recuerdos después de ver una película de las que marcan, Michelangelo, Il peccato, de Andreï Konchalovsky, una obra imprescindible para todo amante del cine y que no sé cómo se puede ver en España, quizá a través de alguna de las muchas plataformas que hay por internet. Imágenes duras e impresionantes, llenas de una belleza y poseedoras de un impacto de los que dejan huella, como todo buen cine, como el mejor cine. Salí sin respiración, como todos los que abandonábamos la sala, buscándonos con la mirada y comentando entre desconocidos sobre lo que acabábamos de ver. Las horas siguientes me traían una y otra vez las imágenes de la película a la vez que revolvían mis recuerdos de un viaje inolvidable a la Toscana hace casi veinte años, un viaje del que habría de volver lleno de preguntas, que para eso se viaja, ya la vida se encarga a veces de dar con cuentagotas algunas respuestas.
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