«Para mí, encarna la fuerza. Es una mujer a la que las jóvenes y los jóvenes le deben mucho: Europa, el aborto, los derechos de las mujeres. Sus luchas fueron muy revolucionarias y, lamentablemente, también son muy actuales, porque hay un gran resurgimiento del antisemitismo y del racismo. Es impensable ver que las batallas que libró no han acabado. Es una mujer que inspira admiración y respeto.»
Rebecca Marder, intérprete de Simone Veil joven.
Poco amigo de los biopic, que tanto se han puesto de moda, acudí con cierto recelo a ver el film “Simone, la mujer del siglo”. Después de todo Simone Veil es un verdadero icono en Francia, documentales y entrevistas son fácilmente accesibles, y no estaba claro que una película sobre ella pudiera añadir algo, pero afortunadamente no estaba en lo cierto.
Construida a partir de una narración que no es lineal en el tiempo, la película se detiene lo justo en la parte más conocida de Veil: ministra de Salud nombrada por Giscard d’Estaing, ella será la encargada de sacar adelante la ley sobre la interrupción del embarazo, ley IVG por sus siglas en francés, pero que todo el mundo nombra como ley Veil, por su empeño descomunal en sacar adelante una ley tan importante para las mujeres, votada además en una Asamblea donde apenas se contaban 9 mujeres por 581 hombres, y donde la mayoría la tenía el partido que ella representaba, de la derecha, y profundamente contrario a dicha ley. Había que tener agallas y mucha sabiduría para sacar aquello adelante. Mi interés en cambio se centró en periodos anteriores apenas conocidos, ni siquiera en Francia.
A su vuelta de la deportación judía, donde perdería en los campos a casi toda su familia, hizo carrera en la magistratura, y de qué manera. La película se detiene en su trabajo como funcionaria de alto rango en la administración penitenciaria, y de su lucha para mejorar las condiciones de los presos y devolverles un trato digno. Más adelante se implicará en Argelia, justo antes de la descolonización, y conseguirá repatriar presos amenazados de muerte, tortura y violaciones, para los que conseguirá un estatuto de presos políticos. No es poca cosa, además luchaba siempre contra hombres que ignoraban que pudiera haber una mujer en la magistratura.
Hay más cosas. El film muestra con sabiduría las dudas, las grietas detrás de un personaje que ha dejado una imagen de firmeza y de convicciones. La implicación de su familia, primero de su marido, Antoine Veil, pero luego de alguna manera también de los hijos. El recorrido de Simone Veil es inmenso, y la llevará a ser la primera presidenta del primer parlamento europeo elegido por sufragio universal. Y siempre, además de todo eso, un testigo inigualable de la experiencia terrible de la deportación.
Un sentimiento extraño me invadió a la salida. Viviendo en Francia he tenido oportunidad de ver documentales, de escuchar alguno de sus discursos, de leer alguno de sus textos, saber también de otras opiniones. Mi hija sabe todavía más sobre ella, puesto que la han estudiado en el instituto. En cambio no tengo muy claro que en España sea suficientemente conocida, algo que me parece sobre todo un signo, otro más, de la falta de cultura democrática de nuestro país.
Visto con ojos franceses puede parecer un film interesante y poco más, puesto que hay suficientes testimonios directos de Simone Veil como para poder acudir directamente a ellos. Visto con ojos españoles me parece un film necesario para conocer una figura enorme de la Europa del siglo XX. Con cierta tristeza intenté buscar alguien a la altura en la historia española que va desde el final de la guerra hasta hoy, y no lo he encontrado. Me gustaría estar en un error.
Simone, la mujer del siglo, no es una obra redonda, hay escenas donde no hacía falta cargar tanto las tintas del sentimentalismo, pero es una película necesaria para las generaciones que no han conocido de primera mano la importancia del trabajo descomunal de una mujer única.
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